El reinado de Valentiniano (364-375) fue un período de recuperación y estabilidad. Este emperador, cristiano y niceno, estaba más bien preocupado por el problema de los bárbaros que presionaban en las fronteras. En el plano religioso se mostró
simplemente pacífico y tolerante. Pero en el Oriente, su hermano Valente (364-378) hizo que el arrianismo dominara otra vez.
Valente volvió a desterrar a todos los obispos que habían regresado en el mandato de Juliano. Pero esta política religiosa se fue debilitando debido a la atención que le exigía el avance de los godos. Tratando de detenerlos en Adrianópolis (378) murió en un desastroso combate. El camino hacia Constantinopla quedó despejado ante las hordas bárbaras. Muchos cristianos interpretaron la muerte de Valente como un castigo del cielo.

En esa difícil situación, el general hispano Teodosio salvó al Oriente y fue proclamado augusto de Oriente por Graciano, el augusto de Occidente. Este nombramiento será significativo para la historia del cristianismo, porque con él quedará consumada la tendencia comenzada por Constantino.

En efecto, Teodosio afirmaba ser un cristiano ferviente y un niceno convencido. Por eso en 380 en Tesalónica impuso para todos sus súbditos la ortodoxia cristiana, definida en referencia a la cátedra de Roma y a su obispo, y la proclamó como única religión del Imperio: Queremos que todos los pueblos situados bajo la dulce autoridad de nuestra clemencia vivan en la fe que el santo apóstol Pedro transmitió a los romanos, que se ha predicado hasta hoy como la predicó él mismo y que siguen como todos saben el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría... Decretamos que sólo tendrán derecho de decirse cristianos católicos los que se sometan a esta ley y que todos los demás son locos e insensatos sobre los
que pesará la vergüenza de la herejía. Tendrán que aguardar ser objeto en primer lugar de la venganza divina, para ser luego castigados por nosotros, según la decisión que nos ha inspirado el cielo (Código Teodosiano XVI,1,2).

El giro iniciado por Constantino llega a ser de este modo completo. De perseguidores, los paganos han pasado a ser perseguidos. Y de perseguidos, los cristianos llagaron a ser perseguidores. El poder estatal, antes al servicio del paganismo, está ahora al servicio del cristianismo. Pero siguen funcionando las mismas estructuras mentales. Era inconcebible, para un romano tradicional, la separación entre la religión y el estado. Pocos años antes, el negarse a sacrificar a los dioses de Roma era un delito contra el Imperio. El ateísmo era castigado con la pena capital; y los cristianos eran acusados principalmente de ser ateos. La religión seguía siendo el fundamento de la sociedad. Pero la religión de la sociedad había cambiado y los atentados contra ella seguirían siendo castigados con la misma pena capital.

Ciertamente esto correspondía al deseo de la mayoría, de la cual los emperadores no eran más que los intérpretes. Sin embargo, algunos obispos se mostraron reticentes ante una circunstancia que conmocionó al mundo cristiano. Prisciliano,
obispo de Avila, en Hispania, había formado una comunidad fervorosa, de gran austeridad, pero un poco secreta y con rasgos sectarios. Dos obispos hispanos lo acusaron de maniqueísmo ante un concilio local, que condenó sus doctrinas, pero que sin embargo no tomó medidas disciplinares contra él. Más tarde, sus acusadores llevaron la acusación al emperador Máximo, que aplicó el rigor de la legislación romana contra los que atentaban contra la religión. Martín, obispo de Tours, exhortó al obispo acusador a que desistiera y al emperador a que no derramara sangre: Sería una novedad inaudita y monstruosa hacer que
un juez secular juzgara un asunto eclesiástico. Sin embargo, Prisciliano y muchos de sus partidarios fueron ejecutados en 385 bajo la acusación de inmoralidad y de magia. Fue la primera vez que se condenó a muerte a cristianos por herejía. Este
hecho provocó un inmenso pesar incluso en personajes como el obispo Ambrosio de Milán que, aunque se había negado a recibir a Prisciliano, no dudó en romper relaciones con los obispos acusadores.

En 392 Teodosio promulgó un edicto contra las herejías y el paganismo: Si alguien pone incienso para venerar las estatuas hechas por mano del hombre, corona de guirnaldas un árbol, eleva un altar con piedras levantadas del suelo, se trata de un atentado pleno y completo contra la religión. Culpable de haber violado la religión, ese hombre será castigado con la confiscación de su casa o de la propiedad en donde se demuestre que fue esclavo de esta superstición pagana (Código Teodosiano XVI,12). Ya no se llama religión a la de los antiguos romanos, sino a la de los cristianos; y ya no se llama superstición al cristianismo, sino al paganismo. En esta misma línea se suprimen en 394 los juegos olímpicos, celebrados en honor de los dioses; se iniciarán nuevamente recién 1500 años más tarde como un certámen deportivo.

Esas situaciones tensas, en las que el emperador se apoderaba de atribuciones de juicio que pertenecían al orden espiritual, o aquellas otras en las que el emperador debía someterse a dicho juicio, dejaron entrever cuán peligrosa resultaba la alianza entre la Iglesia y el Imperio. No todos los pastores tenían la convicción y valentía de Ambrosio, y por eso los privilegios seguirán
siendo bienvenidos y muchas veces buscados por tal o cual obispo. Pero no faltarán tampoco voces decididas como la del presbítero Jerónimo que no tiene inconvenientes en decir: Desde que la Iglesia vino a estar bajo emperadores cristianos, ha aumentado, sí, su poder y riqueza, pero ha disminuido su fuerza moral (Vida de S. Malco PL 23, 55 B).

Teodosio, según esa intención de combatir la herejía, desplazó de sus cátedras a los obispos arrianos y convocó en 381 un concilio en Constantinopla para restablecer la ortodoxia. El arrianismo comenzaba a declinar, pero no sólo a causa de una decisión imperial. Algunos personajes contribuyeron a eso mediante su contribución teológica. Entre ellos el obispo Basilio en Cesarea de Capadocia, Gregorio de Nacianzo (obispo de Constantinopla), el obispo de Roma, Dámaso. Sus aportes iluminaron la oscuridad de una época marcada por la inquietud teológica. Gregorio de Nisa llega a decir que todos los rincones de la ciudad están llenos de estas conversaciones: las calles, las plazas, los cruces, las avenidas. Son los comerciantes de vestidos, los cambistas, los tenderos. Si le preguntas a un cambista el curso de una moneda, te responde con una disertación sobre el engendrado y el inengendrado. Si te interesa la calidad y el precio del pan, el
panadero responde: "El Padre es mayor y el Hijo está sometido al Padre". Si preguntas en las termas si el baño está dispuesto, el conserje te dice que el Hijo ha salido de la nada. No sé qué nombre darle a este mal, si frenesí o rabia... (Sobre la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo). La teología desbordaba ya el ámbito de las salas conciliares.

La aportación de los escritores procedentes de Capadocia fue decisiva para el desarrollo de la doctrina trinitaria y para la comprensión del credo Niceno. Solo ellos consiguieron concluir definitivamente la lucha arriana. En su exposición teológica del misterio trinitario partieron de la diferencia entre las tres Personas, mientras que los latinos habían arrancado anteriormente de la naturaleza divina única y de sus acciones. Partiendo de la triple realidad personal atestiguada en los escritos apostólicos, intentaron avanzar hacia un concepto que expresara la unidad esencial. El haberlo conseguido se debe en gran parte a que enriquecieron el vocabulario teológico con el aporte de términos filosóficos precisos. De este modo utilizaron para significar la diferencia personal el concepto de hypostasis, distinguiéndolo del de ousía. Basilio de Cesarea escribía a su amigo Anfiloquio de Iconio: La sustancia y la hypóstasis se distinguen entre sí lo mismo que lo común y lo particular, como, por ejemplo, entre lo que en el animal hay de general y tal hombre determinado. Por eso reconocemos una sola sustancia en la divinidad, de tal modo que no se pueden dar del ser dos definiciones diferentes; la hypóstasis, por el contrario, es particular, tal como lo reconocemos, ya que en nosotros hay una idea clara y distinta sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En efecto, si no consideramos los caracteres que se han definido para cada uno, como la
paternidad, la filiación y la santificación, y si no confesamos a Dios más que según la idea común del ser, nos es imposible dar una sana razón de nuestra fe. Por consiguiente, hay que unir lo que es particular a lo que es común y
confesar así la fe: lo que es común es la divinida, lo que es particular es la paternidad; luego, hay que reunir estas nociones y decir: Creo en Dios Padre. En la confesión del Hijo hay que decir lo mismo (..) Y lo mismo para el
Espíritu Santo (...) Así quedará plenamente salvaguardada la unidad en la confesión de la única divinidad y lo que es particular a las personas se confesará en la distinción de las propiedades particulares que el pensamiento atribuye
a cada una (Epístola 236,5).

Con todo, esta distinción de una sustancia y tres hypóstasis seguía expuesta al equívoco, ya que podía imaginarse que la unidad de las tres personas era semejante a la de tres hombres que tienen en común la misma naturaleza humana. La esencia divina, a pesar de ser común a las tres hipóstasis, es con todo numéricamente única, de tal modo que no hay una divinidad del Padre, otra del Hijo y otra del Espíritu Santo (como sí cada hombre tiene su humanidad individual que lo distingue de los otros hombres). Las Personas divinas no son más que un único Dios. Las personas humanas son distintos hombres.

De este modo, hubo un aspecto en que los capadocios prolongaron y completaron el símbolo Niceno: ellos fueron quienes aplicaron a la tercera Persona divina su idea de homousía intratrinitaria. Gregorio de Nacianzo explica la consustancialidad
del Padre y el Espíritu (y del Hijo y del Espíritu) a partir de las expresiones que se aplican al Espíritu en los escritos apostólicos:
Cuando se añade a ellas la de Otro Consolador (Jn 14:16) y, por así decirlo, de Sgundo Dios, cuando se sabe que la blasfemia contra el Espíritu es el único pecado irremisible (Mt 12,31) ... ¿crees que se proclama la divinidad del
Espíritu o alguna otra cosa? ¡Qué dura ha de ser tu inteligencia y qué lejos estás del Espíritu, si dudas de esto y si es necesario que te lo enseñe! (Discurso teológico V). Basilio, en cambio, en su obra Sobre el Espíritu Santo, deduce del
mandato bautismal (Mt 28:19) la común naturaleza del Espíritu con el Padre y el Hijo a partir de las acciones del Espíritu: la santificación y divinización del cristiano. Sigue en esto a Atanasio: Si la participación del Espíritu nos comunica la naturaleza divina, sería una locura decir que el Espíritu es de naturaleza creada y no de naturaleza divina (Primera carta a Serapión 2,24).

Los debates que se desarrollaron durante el concilio de Constantinopla (el segundo Ecuménico) fueron especialmente violentos. El caos reinó en el aula conciliar, según el relato del obispo de esa ciudad: Los obispos discutían como una pandilla de devotas reunidas. Era una disputa de niños, el ruido de un taller con todas las máquinas en marcha, un vendaval, un verdadero huracán... Discutían sin orden y, como avispas, iban directos al rostro, todos al mismo tiempo. Los
ancianos venerables, lejos de moderar a los más jóvenes, les ponían la zancadilla... (Gregorio de Nacianzo, Poema sobre su vida v. 1680s).

El cambio de situación del cristianismo frente al imperio hizo que el ser cristiano dejase de implicar el riesgo de ser ejecutado. Al contrario, la protección del Estado movió a muchos a solicitar el bautismo sólo para gozar de ese beneficio. Se hacía necesario entonces efectuar un severo control de los candidatos para verificar si estaban realmente dispuestos a vivir las exigencias morales que requería el bautismo. El obispo Cirilo de Jerusalem no dificultad de insinuar a los catecúmenos que está instruyendo las motivaciones más rastreras que pueden estar ocultando en su corazón: Puede ser que hayas venido con otro
pretexto. A veces un hombre desea conquistar a una mujer y viene para ello. Lo mismo podría decirse de alguna mujer. A veces se trata de un esclavo que desea agradar a su amo, o de un amigo por agradar a su amigo. Y yo me trago la carnada del anzuelo y te acepto a ti que vienes con mal propósito, pero lo hago con la buena esperanza de salvarte (Catequesis previa 5). Por eso se organizó un catecumenado (tiempo de formación) para preparar a los candidatos
al bautismo.

Cuando un pagano deseaba hacerse cristiano y era aceptado por el obispo, tenía que someterse a algunas ceremonias preliminares, después de las cuales era contado entre los cristianos, pero todavía no entre los fieles, pues aún no había recibido el bautismo. En algunos el catecumenado se eterniza. Retrasan el bautismo hasta su ancianidad o el lecho de muerte. Por eso la Iglesia concentró sus esfuerzos en aquella época por atender más a los que piden efectivamente el bautismo para una fecha cercana.

Conocemos el relato de una mujer que a fines del siglo IV (la época que tratamos) peregrinó a Palestina para visitar los lugares ligados a la historia de la salvación. En este relato nos describe la liturgia bautismal que se realiza en Jerusalem. Esta ciudad había cambiado completamente su fisonomía y su nombre desde la segunda revuelta judía (135). Allí Adriano había construido Aelia Capitolina, una ciudad totalmente romana, a la que tenían prohibido el ingreso los judíos. Fue en esa época cuando la comunidad creyente que allí residía quedó formada exclusivamente por creyentes de origen gentil, y todos sus obispos eran,
desde entonces, de dicha procedencia y no judíos. Sobre la explanada del Templo se había construido un templo dedicado a Júpiter Capitolino, y el sepulcro de Jesús había sido tapado con tierra, edificando sobre él un templo de Venus. Constantino había derribado este templo y edificado en torno al sepulcro nuevamente descubierto una imponente basílica. Allí se celebra la liturgia descrita por la peregrina Egeria.

Los candidatos se inscriben al principio de la cuaresma, que se convierte en el marco temporal de la preparación. Las catequesis prebautismales, predicadas por el obispo, van exponiendo progresivamente el contenido del credo (junto al
emplazamiento del Calvario, en el lugar de la basílica llamado Martyrion). Se pide a los catecúmenos que guarden en secreto ante los no bautizados lo que van aprendiendo. Al cabo de cinco semanas de instrucción, reciben el Símbolo, cuya
doctrina se les explica como la de las Escrituras, frase por frase... Han sido instruidos durante cuarenta días, desde las seis hasta las nueve de la mañana (Itinerario XLVI).

El rito bautismal tiene lugar la vigilia de Pascua. Durante la octava de pascua los recién bautizados completan su instrucción con las catequesis mistagógicas (para los iniciados). En ellas el obispo les explica lo que el bautismo ha realizado en ellos y el misterio de la eucaristía (junto al Sepulcro, en el lugar de la basílica llamado Anástasis): En primer lugar ustedes entraron en el vestíbulo del baptisterio, y estando de pie con la mirada dirigida hacia el occidente, oyeron que se les ordenaba extender la mano, y como si Satanás estuviera presente renunciaron a él... Como símbolo de esto te has vuelto hacia el oriente, la zona de la luz. Entonces se te dijo que dijeras: Creo en el Padre, y en el Hijo, y en el
Espíritu Santo, y en el bautismo de penitencia... Ya desvestidos fueron ungidos con óleo... Después de todo esto, ustedes fueron llevados de la mano hasta la santa piscina del divino bautismo, así como Cristo fue llevado de la cruz
a este sepulcro que está delante de ustedes... En un mismo momento ustedes han muerto y han nacido. Aquella agua salvadora se convirtió para ustedes en sepulcro y en madre (Cirilo de Jerusalem, Catequesis XIX,2.9; XX,3-4).

 

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