Decretos de los reyes persas
Israel había sufrido duramente por la experiencia del destierro. La adversidad lo había llevado a examinar su conciencia y buscar sinceramente al Dios de la Alianza. Tal arrepentimiento lo expresó muy bellamente un salmista en aquellos tiempos de prueba: Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos. He aquí que estuviste enojado, pero es que fuimos pecadores; estamos para siempre en tu camino y nos salvaremos... Pues bien, YHWH, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros. No te irrites, YHWH, demasiado, ni para siempre recuerdes la culpa (Is 64:4.8).

Como ya había podido intuir desde su fe aquel fervoroso profeta exílico, YHWH manifestaría su gracia al pueblo israelita a través del vencedor de los caldeos: Yo mismo le he hablado, lo he llamado, lo he hecho que venga y triunfe en sus empresas (Is 48,15). En el 538 el rey Ciro, con la misma benevolencia con que había tratado a los babilonios conquistados, autorizó a los deportados judíos a regresar a la tierra de la cual habían sido arrancados: Así habla Ciro, rey de Persia: YHWH, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él. Suba a Jerusalén, en Judá, a edificar la Casa de YHWH, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. A todo el resto del pueblo, donde residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcionándoles plata, oro, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para la casa de Dios que está en Jerusalén (Esd 1:2-4). El registro bíblico es el único testimonio sobre el texto de este edicto, pero su contenido concuerda sustancialmente con el conservado en el ya citado cilindro de arcilla: "Desde las ciudades de Nínive, Assur y Susa, Agade, el país de Eshnunna, las ciudades de Zamban, Meturnu, Dêr, hasta la región del país de Gutium, ciudades sagradas al otro lado del Tigris, cuyo asentamiento había sido establecido desde antiguo, volví a su lugar a los dioses que habitaban en ellas y establecí una morada eterna; reuní a todas su gentes y las volví a sus lugares de origen" (ANET 315).


Pero, ¿quiénes estarían dispuestos a regresar después de cincuenta años de permanencia en Babilonia? Muchos habían alcanzado una buena posición que no querían abandonar. Muchos habían nacido en Babilonia, mientras que los nacidos en tierra israelita y que conservaban algún recuerdo del país natal contaban por lo menos con 60 años de edad. A esta falta de motivación había que agregar el pleno conocimiento de que la tierra que los exiliados dejaron atrás había sido redistribuida inmediatamente después de la deportación: La plebe baja, los que no tienen nada, los hizo quedar Nebuzaradán, jefe de la guardia, en tierra de Judá, y en aquella ocasión les dio viñas y parcelas (Jer 39:10). También todos los judíos que había en Moab, entre los ammonitas, y en Edom, y los que había en todos los demás países oyeron que había dejado el rey de Babilonia un resto a Judá y que había encargado de él a Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Shafán. Todos estos judíos regresaron de los distintos lugares adonde se habían refugiado y venidos al país de Judá, junto a Godolías, a Mispá, cosecharon vino y mieses en gran abundancia (Jer 40:11-12). El profeta Abdías en aquellos años de cautiverio ya había alzado su voz indignada contra los edomitas que se aprovecharon de la desgracia de Judá para apropiarse de su territorio: ¡Sí, como vosotros bebisteis sobre mi santo monte, beberán sin cesar todas las naciones, beberán y se relamerán, y serán luego como si no hubiesen sido! Pero en el monte Sión habrá supervivencia - será lugar santo - y la casa de Jacob recobrará sus posesiones. Y será fuego la casa de Jacob, la casa de José una llama, estopa la casa de Esaú. Los quemarán y los devorarán, no habrá un evadido de la casa de Esaú: ¡ha hablado YHWH! (Abd 16-18).


Aquellos ancianos que aún sentían nostalgia de Sión debían, pues, asumir con realismo que si regresaban no encontrarían con facilidad dónde vivir y qué comer. Así se comprende que los repatriados hayan sido un número reducido que tuvo que convivir, a su llegada, con aquellos que ocupaban la tierra desde la deportación: samaritanos, moabitas y ammonitas. La radicación judía se vio seriamente dificultada por la población del país, porque, a pesar de proclamarse a sí mismos adoradores del Dios de Israel, desde su llegada al país los judíos recién llegados marcaron la distinción y no los aceptaron en su comunidad de culto, acuñando para esos pobladores la expresión despectiva gente del país ('am ha-aretz). A su vez, los anteriores moradores del país sintieron aversión hacia los repatriados, ya que éstos llegaban protegidos por el nuevo imperio, que había designado a un príncipe judío como gobernador de la provincia (Esd 1:8): los utensilios de oro y plata de la Casa de Dios que Nabucodonosor había quitado al santuario de Jerusalén y había llevado al santuario de Babilonia, el rey Ciro los mandó sacar del santuario de Babilonia, y entregar a un hombre llamado Sheshbassar, a quien constituyó sátrapa; y le dijo: Toma estos utensilios; vete a llevarlos al santuario de Jerusalén y que sea reconstruida la Casa de Dios en su emplazamiento (Esd 5:14-15).


Toda esta situación amargó considerablemente la vida de los judíos recién llegados. La realidad no cubría las expectativas que había despertado el entusiasta profeta del destierro, cuando anunció en Babilonia: ¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalén, Ciudad Santa! Porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros (Is 52:1). El ánimo decayó, la división y el odio a los extranjeros se apoderó de los corazones de muchos, otros se sintieron atraídos hacia los ídolos, y cada cual buscó individualmente su propia supervivencia sin interesarse del prójimo. Sin embargo, en medio de la decepción generalizada, algunos creyentes siguieron confiando en la salvación anunciada por el profeta exílico y se decidieron a continuar su mensaje, para contagiar su entusiasmo a los decaídos. Fue como si la voz de Isaías resonara por tercera vez en la historia israelita.


Un profeta más asumió el ministerio pastoral del consuelo, como lo había hecho Isaías durante la invasión asiria, y aquel otro profeta durante el destierro. Ahora, un nuevo discípulo de esta escuela de la confianza en YHWH se sentía fortalecido interiormente por el Dios de la Alianza: El espíritu del Señor YHWH está sobre mí, por cuanto que me ha ungido YHWH. A anunciar la buena noticia a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad (Is 61:1). No había que decepcionarse por las penurias que habían encontrado ni había que extrañar la prosperidad en la que se podían encontrar los que se quedaron en Babilonia: porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de cammellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá... Los barcos se juntan para mí, los navíos de Tarsis en cabeza, para traer a tus hijos de lejos, junto con su plata y su oro, por el nombre de YHWH tu Dios y por el Santo de Israel, que te hermosea. Hijos de extranjeros construirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia he tenido compasión de ti (Is 60:5-6;9-10).


No había que cansarse de esperar y no había que dejar de gritar a YHWH hasta que él realizara la glorificación de Jerusalén: Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalem no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación brille como antorcha (Is 62:1). Más allá de lo difícil de la readaptación y de la precariedad que se vivía en ese momento, Dios no apartaría su corazón de esa tierra tan pobre por entonces, porque estaba en verdad enamorado de ella: No se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu tierra "Desolada", sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia", y a tu tierra "Desposada". Porque YHWH se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa un joven con una doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios (Is 62:4-5).


Los persas no dejaron pasar mucho tiempo antes de lanzar un asalto a Egipto precisamente desde esa plataforma estratégica que era el territorio judío. El historiador griego Herodoto relata que desde los límites de Judá "dirigió Cambises, hijo y sucesor de Ciro, una expedición contra el rey Amasis, en la cual llevaba consigo, entre otros vasallos suyos, a los griegos de Jonia y Eolia" (Historia III,1). Habiendo sometido a Egipto, Cambises se dirigió a Etiopía en una desastrosa campaña abortada por el hambre en el desierto: "Informado Cambises de lo que sucedía, empezó a temer que iba a quedarse sin ejército si aquel diezmo de vidas continuaba, y al cabo, abandonando la marcha contra los etíopes, y volviendo a deshacer su camino, llegó a Tebas con mucha pérdida de su gente" (Historia III,25).


Cambises no siguió los pasos de su padre en el trato con los vencidos y en su política religiosa. Herodoto refiere la falta de consideración hacia los cultos extranjeros expresada por el monarca persa en varias ocasiones, especialmente con motivo de la aparición en Menfis del buey negro sagrado: "Cuando los sacerdotes apenas acabaron de presentar a Cambises su dios Apis, aquel monarca, según era de alocado y furioso, saca su daga, y queriendo dar al Apis en medio del vientre, lo hiere con ella en uno de los muslos, y soltando una carcajada, vuelto a los sacerdotes: "Bravos embusteros sois todos, le dice; reniego de vosotros y vuestros dioses igualmente. ¿Son por ventura de carne y hueso los dioses y expuestos a los filos del hierro? Bravo dios es ése, digno de serlo de los egipcios y de nadie más" (Historia III,29). En Egipto encontró la muerte el hijo de Ciro, hiriéndose accidentalmente el muslo con su misma daga al montar su caballo. El juicio definitivo emitido por el afamado historiador ubica el proceder del soberano persa en el ámbito de lo patológico: "Para hablar con franqueza, Cambises me parece a todas luces un loco insensato; de otro modo, ¿cómo hubiera dado en la ridícula manía de escarnecer y burlarse de las cosas sagradas y de los usos religiosos?" (Historia III,38).
Las obras de reconstrucción en Jerusalén estuvieron detenidas durante todo este tiempo, y casi veinte años después del retorno el Templo no había progresado más allá de sus cimientos. Hizo falta la voz de un inspirado para que los trabajos fueran retomados. Hageo reprochó decididamente la indiferencia de los repatriados ante la reconstrucción del Templo, causa segura del poco éxito que acompañaba sus emprendimientos: "Este pueblo dice: "¡Todavía no ha llegado el momento de reedificar la Casa de YHWH!" ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas? Ahora pues, así dice YHWH Sebaot: Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos. Habéis sembrado mucho, pero cosecha poca; habéis comido, pero sin quitar el hambre; habéis bebido, pero sin quitar la sed; os habéis vestido, mas sin calentaros, y el jornalero ha metido el jornal en bolsa rota" (Ha. 1:2-6). El reclamo del profeta apuntaba a que los judíos se preguntaran si Dios quedaría o no incluido en el programa de reconstrucción nacional.


Había llegado recientemente de Babilonia un nuevo grupo de judíos, frente a los cuales el nuevo soberano persa, Darío I (522-486), había puesto como gobernador al príncipe judío Zorobabel y como sumo sacerdote a Josué. El profeta Hageo dirigió entonces a Josué y al descendiente de David un augurio de prosperidad y el anuncio de una era mesiánica a punto de despertar: Aquel día -palabra de YHWH Sebaot - te tomaré a ti, Zorobabel, hijo de Shealtiel, siervo mío- oráculo de YHWH- y te pondré como anillo de sello, porque a ti te he elegido, oráculo de YHWH Sebaot (Ha. 2:23). Con este ánimo se reanudaron los trabajos en el Templo.


Reconstrucción del Templo
También otro inspirado, muy influenciado en su mensaje por el estilo y la doctrina de Ezequiel, señaló a los dos referentes del pueblo como los dos mesías guías de Israel: Estos son los dos Mesías que están en pie junto al Señor de toda la tierra... Las manos de Zorobabel echaron el cimiento a esta Casa y sus manos la acabarán; (sabréis así que YHWH Sebaot me ha enviado a vosotros). ¿Quién menospreció el día de los modestos comienzos? ¡Se alegrará al ver la plomada en la mano de Zorobabel! (Zac 4:14.9-10). Zacarías animó así a todo el pueblo a confiar en esta segunda cimentación del Templo, que lejos de quedar abandonada como la realizada por Sheshbassar, sería concluida antes que finalizara el gobierno de Zorobabel. Dios no se había arrepentido de la Alianza pactada con Israel en el pasado: Aún han de rebosar mis ciudades de bienes; aún consolará YHWH a Sión y aún elegirá a Jerusalén (Zac 1:17).


A pesar de que nuevas oposiciones se presentaron de parte de los habitantes del país, el rey Darío confirmó la decisión de Ciro y favoreció la reconstrucción del santuario judío: Por orden del rey Darío se investigó en los archivos del tesoro conservado allí en Babilonia, y se encontró en Ecbátana, la fortaleza situada en la provincia de los medos, un rollo cuyo tenor era el siguiente: "Memorandum. El año primero del rey Ciro, el rey Ciro ha ordenado: Casa de Dios en Jerusalén: "La Casa será reconstruida como lugar donde se ofrezcan sacrificios y sus fundamentos quedarán establecidos. Su altura será de sesenta codos. Habrá tres hileras de piedras de sillería y una de madera. Los gastos serán costeados por la casa del rey. Además, los utensilios de oro y plata de la Casa de Dios, que Nabucodonosor sacó del santuario de Jerusalén y se llevó a Babilonia, serán restituidos, para que todo vuelva a ocupar su lugar en el santuario de Jerusalén y vuelva a ser colocado en la Casa de Dios" (Esd 6:1-5).
Cinco años de duro trabajo permitieron alcanzar, tal como lo habían anunciado Hageo y Zacarías, el final feliz de la obra: Esta Casa fue terminada el día veintitres del mes de Adar, el año sexto del reinado del rey Darío (Esd 6:15). Por su parte Darío se ocupó de edificar su palacio en la ciudad elamita de Susa, elegida por él como capital del imperio. En las inscripciones de los cimientos del palacio enumeró las personas y los materiales. A través de la lista el rey persa pudo ostentar los inmensos recursos de que disponía: madera del Líbano llevada a Babilonia y luego a Susa; madera de yaka desde Ghandara y Carmania (sur de Irán); oro de Sardes y Bactria; lapislázuli de Sogdiana; turquesas de Khorasmia; marfil de Etiopía, Sind y Aracosia; elementos decorativos de Jonia; columnas de piedra de Elam. Los jonios y sárdicos eran canteros; los medos y los egipcios, orfebres; sárdicos y egipcios, ebanistas. Los babilonios fabricaban los ladrillos cocidos y los medos y los egipcios ornamentaban las terrazas. El diseño arquitectónico y la decoración de las construcciones de Darío representaban una síntesis de las tradiciones artísticas de diferentes regiones del imperio.


Todas las regiones del imperio de Darío quedaron organizadas en 20 juridicciones llamadas satrapías, vinculadas entre sí por medio de una eficiente red vial, y explotadas aún más eficazmente a través de un ordenado sistema tributario. El territorio habitado por los judíos, según el testimonio de Herodoto, pertenecía al "quinto gobierno, cargado con 350 talentos de impuestos; empezaba desde la ciudad de Posideo, fundada por Anfíloco, hijo de Anfiarao, en los confines de los cilicios y sirios, y llegando hasta Egipto, comprendía Fenicia entera, Siria que llaman Palestina, y la isla de Chipre, no entrando sin embargo en este gobierno la parte confinante de Arabia, que era franca y privilegiada" (Historia III,91). La extensión del imperio se vio ampliada con nuevas conquistas hacia el este, incorporando los territorios del Indo, y hacia Europa, anexando las regiones de Tracia y combatiendo contra los escitas del Danubio.


Después de haber sofocado una rebelión de los griegos del Asia, Darío dirigió su atención hacia los habitantes del otro lado del Egeo. Su desembarco triunfal en la Hélade se vio frustrado por los atenienses en el 490: "Los bárbaros muertos en la batalla de Maratón subieron a 6400; los atenienses no fueron sino 192" (Herodoto, Historia VI,117). Tampoco resultó el inmediato ataque marítimo contra Atenas, pues los soldados cubrieron velozmente los 42 km de regreso hasta su ciudad: "Continuaban los persas doblando a Sunio, cuando los atenienses marchaban ya a toda carrera al socorro de la plaza, y habiendo llegado antes que los bárbaros, se atrincheraron cerca del templo de Heracles en Cinosarges" (Historia VI,116). Después de esto Darío suspendió la invasión. Persia descubrió en el suelo europeo un límite para sus aspiraciones.


En el 486 Jerjes, hijo de Darío, ocupó el trono real después de la muerte de su padre. Tuvo que ocuparse de sofocar dos rebeliones en Babilonia y otra en Egipto. Recién entonces pudo ocuparse de la causa pendiente en Grecia. En 480, a través de un puente formado por 674 barcos sobre el estrecho de los Dardanelos, hizo pasar al territorio europeo un gigantesco ejército, y a su flota la hizo cruzar por un canal especialmente construido a través del promontorio del monte Atos. El rey de Esparta le cerró el paso en el desfiladero de las Térmópilas en una acción suicida con muy pocos hombres. Sin embargo Jerjes tuvo que sacrificar una parte considerable de su tropa, incluidos dos de sus hermanos, antes que se pudiera abatir al ultimo soldado griego: "Los oficiales de aquellas compañías, puestos a las espaldas de la tropa con el látigo en la mano, obligaban a golpes a que avanzase cada soldado, naciendo de aquí que muchos caídos en el mar se ahogasen, y que muchos más, estrujados y pisados los unos por los pies de los otros, quedasen allí tendidos sin cuidar en nada del infeliz que perecía. Y los griegos, como los que sabían tener que morir a manos de las tropas que bajaban por aquel rodeo de los montes, hacían el último esfuerzo de su brazo contra los bárbaros, despreciando la vida y peleando desesperados" (Herodoto, Historia VII,223). El homenaje póstumo a los valientes que desangraron de tal modo a los persas quedó grabado años después en el lugar del combate: "Contra tres millones pelearon solos aquí, en este sitio, cuatro mil peloponesios" (Historia VII, 228).
Aún así la fuerza invasora seguía siendo impresionante y pudo esta vez conquistar Atenas, que fue saqueada y sus templos destruidos. La escuadra ateniense al mando de Temístocles había evacuado la ciudad y se había instalado no muy lejos, en la bahía de Salamina. Intentando acabar con las fuerzas griegas, la flota persa sufrió un gran revés durante la lucha: "En aquella tan reñida batalla murió el general Ariabignes, hijo de Darío y hermano de Jerjes; murieron igualmente otros muchos oficiales de renombre, así de los persas como de los medos y demás aliados; pero en ella perecieron muy pocos de los griegos, porque como éstos sabían nadar, si alguna nave se iba a pique, los que no habían perecido en la misma acción llegaban a Salamina nadando, al paso que muchos bárbaros, por no saber nadar, morían ahogados. A más de esto, después que empezaban a huir las naves más avanzadas, entonces era cuando perecían muchísimas de la escuadra, porque los que se hallaban en la retaguardia procuraban avanzar con sus galeras, queriendo también que los viese el rey combatir, y por lo tanto chocaban con las otras de su flota que ya se retiraban huyendo" (Herodoto, Historia VIII,89).


Amenazada peligrosamente su línea de abastecimiento, Jerjes se vio obligado a retirarse al Asia Menor. Parte de su ejército quedó apostado en el norte de Grecia, y desde allí volvió en 479 a avanzar hacia el sur, rumbo a Atenas. Un ejército aliado griego despedazó a la horda persa en el campo de Platea: "Los bárbaros, con un coraje y valor igual al de los espartanos, agarrando las lanzas del enemigo las rompían con las manos; pero tenían la desventaja de combatir a cuerpo descubierto, de que les faltaba la disciplina, de no tener experiencia en aquella pelea, y de no ser semejantes a sus enemigos en la destreza y manejo de las armas; así que, por más que acometían animosos, ora cada cual por sí, ora unidos en pelotones de diez y de más hombres, como iban mal armados, quedaban maltrechos y transpasados por las picas, y caían a los pies de los espartanos... Lo que más incomodaba a los persas y les obligaba casi a retirarse, eran sus largos vestidos, sin ninguna armadura defensiva, debiendo combatir a pecho descubierto contra unos hoplitas o coraceros bien armados" (Historia IX, 62-63).


Los griegos transformaron, entonces, su defensa en ofensiva y vencieron a los persas en el territorio de Asia Menor, completando en 468 la liberación de las ciudades griegas de la región, hasta entonces sometidas a Persia. Atenas formó así una poderosa liga de ciudades que colapsó el dominio persa en el mar Egeo. Los ágiles guerreros persas, veloces jinetes y certeros arqueros, resultaron ineficaces ante la compacta formación de las falanges griegas, acorazadas con yelmos y escudos y erizadas con picas de 6 metros de longitud. Esta ineficacia, unida a las intrigas gestadas en el harén de la corte, marcó el comienzo del declinar del imperio persa.


Mientras tanto en Judea, el impulso dado por Hageo y Zacarías se había disipado y el entusiasmo había decaído nuevamente. En el Templo se continuaban los sacrificios, pero sin embargo no había ya una actitud religiosa suficientemente sincera detrás de esos ritos. Un servidor del santuario predicó entonces la necesidad de interiorizar los ritos, recogiendo la tradición más propia de los profetas. Ya que una desastrosa plaga de langostas había privado al pueblo no sólo del pan para su sustento, sino incluso de los frutos del campo en que consistía la ofrenda del altar de Dios, Joel propuso ofrecer la pobreza que todos tenían. El ayuno ofrecido sería efectivo sólo si los gestos exteriores de penitencia eran respaldados por un verdadero cambio de corazón: "Desgarrad vuestros corazones y no vuestras vestiduras, y volved a YHWH, vuestro Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad, y se arrepiente de sus amenazas. ¡Quién sabe si él no se volverá atrás y se arrepentirá, y dejará detrás de sí una bendición: la ofrenda y la libación para el Señor, vuestro Dios" (Joel 2:13-14). De este modo YHWH mismo los proveería de lo necesario para vivir y para el culto. Sin embargo, lo más importante del mensaje era que YHWH se encargaría por sí mismo de cambiar los corazones cuando se manifestara definitivamente como Salvador: "Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Joel 3:1-2)

 

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