EL ANUNCIO DEL REINO DE DIOS.

La realeza y el señorío de Dios era desde antiguo objeto de una firme convicción entre los creyentes de Israel. Era una realidad proclamada por toda la creación y celebrada por el pueblo elegido en su liturgia: Te darán gracias, YHWH, tus obras todas, y tus amigos te bendecirán; dirán la gloria de tu reinado, de tus proezas hablaran, para mostrar a los hijos de los hombres tus proezas, el esplendor y la gloria de tu reino. Tu reino, un reino por todos los siglos, tu dominio, por todas las edades (Sal 145:10-13). La comunidad cultual del Templo de Jerusalén se consideraba, en cierto modo, como la realización de la soberanía de Dios en el presente.

Por otro lado, según Josefo, la comunidad de Jerusalén era una teocracia: "Algunos legisladores han permitido que sus gobiernos estuviesen sometidos a monarquías, otros los sometieron a oligarquías, y otros a una forma republicana; pero nuestro legislador no considero ninguna de esas formas, sino que ordeno nuestro gobierno según lo que, a través de una expresión un poco forzada, podría ser denominado Theocracia, atribuyendo la autoridad y la potestad a Dios, y persuadiendo a todo el pueblo a que le obedezca como al autor de todos los bienes disfrutados en común por la humanidad, o por cada uno en particular, y de todo lo que ellos mismos obtuvieron mediante la oración en las grandes dificultades" (Contra Apion II,164ss).

El modo concreto de realizar esta teocracia era a través de la aristocracia sacerdotal, recomendada, según el, por el mismo Moisés: "La aristocracia es lo mejor...; en ella, las leyes son soberanas y hacéis todo de acuerdo con ellas. Porque Dios debe bastaros como soberano" (Antig. IV,223). No debemos olvidar, sin embargo, que esta aristocracia ideal ya no funcionaba cuando Josefo escribió, pues el Templo que la sustentaba ya había sido destruido. Pero hasta entonces había hecho posible, de acuerdo a su opinión, el dominio regio de Dios a pesar de la falta de independía política de los judíos.

Mas importante que estas formas presentes del reinado de Dios, aceptadas con resignación, eran las esperanzas respecto al advenimiento futuro del dominio divino. Los profetas, desde los momentos más angustiantes de la historia judía, venían anunciado el resurgimiento del pueblo en términos de reinado de YHWH: ¡Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sion: Ya reina tu Dios! (Is 52:7).

Sin embargo, este buen mensaje (gr. euangelion) se fue transformando a través de esperanzas apocalípticas hasta desembocar en un dualismo progresivo entre este mundo y un mundo futuro. Tal era el caso de los pequeños Apocalipsis de Isaías. En uno se presentaba a Dios asumiendo la realeza después de castigar a las potencias extranjeras y hacer su aparición en Sion: allí YHWH será magnifico para con nosotros... Porque YHWH es nuestro juez, YHWH nuestro legislador, YHWH nuestro rey; el nos salvara (Is 33:21-22). En otro se anunciaba, tras la derrota de los reyes de la tierra, el reinado de YHWH y un banquete ofrecido por el en Sion a todas las naciones: Se afrentara la luna llena, se avergonzara el pleno sol, cuando reine YHWH Sebaot en el monte Sion y en Jerusalén, y este la Gloria en presencia de sus ancianos... Hará YHWH Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos (24:23;25:6-8).

Aun cuando no pueda señalarse con precisión el momento del transito del pensamiento profético al apocalíptico, sigue siendo clara la distinción entre ambas formas de pensamiento. La profecía anunciaba la plenitud de la historia presente por la acción de Dios. La apocalíptica predecía un mundo nuevo después del actual, donde participarían los justos mediante la resurrección. En el primer caso, la voluntad de Dios quedaba abierta a revisión según fuese la conducta el hombre. En el segundo caso, la decisión de Dios estaba ya concluida de acuerdo a un plan predeterminado.

Según la visión de Daniel el reino de Dios destruiría los reinos del mundo como se pulveriza la estatua de un coloso hecha de fundición. Este reino llegaría sin intervención humana: El Dios del Cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasara a otro pueblo. Pulverizara y aniquilara a todos estos reino, y el subsistirá eternamente: tal como has visto desprenderse del monte, sin intervención de mano humana, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro (Dn 2:44-45).

Las ideas apocalípticas sobre el reino de Dios contenidas en los escritos extracanonicos habían radicalizado ese dualismo ya presente en los escritos canónicos, pasando de la oposición entre mundo presente y mundo futuro a un enfrentamiento entre Dios y Satanás. Así aparecía referido en el Testamento de Dan: Y Dios mismo hará la guerra contra Beliar y se tomara una venganza triunfal de sus enemigos... porque el Señor esta en medio de ellos y el Santo será su rey (10:10. 13).
Los sectarios de Qumran confiaban en su propio triunfo en la batalla final que inauguraría el reinado definitivo de Dios: Los hijos de la luz y el bando de las tinieblas lucharan entre si para mostrar la potencia de Dios, entre el vocerío de una gran muchedumbre y el estruendo de los seres divinos y los hombres, el día de la destrucción (1QM I,11). Y al Dios de Israel pertenecerá la realeza, y el demostrara su poder mediante los santos de su pueblo (1QM VI,6).

Sin rasgos nacionalistas, en cambio, presentaban los Oráculos Sibilinos el termino de la ultima batalla: Y entonces fundara su reino para todos los tiempos y sobre todos los hombres, el que dio en su día la santa ley a los fieles (III,767).

En el tiempo de Jesús todas estas ideas, consignadas tanto en los escritos considerados inspirados como en los otros pertenecientes a los grupos esotéricos, habían alcanzado una gran difusión entre los judíos. De ahí que la sola mención de la expresión Reino de Dios pudiera despertar en los oyentes expectativas de un triunfo sobre los paganos y la instauración de un reino eterno en Israel. ¿También cuando las pronunciara continuamente Jesús? Muy probablemente.

En efecto, el contenido de las palabras de Jesús fue ciertamente de tipo apocalíptico, no solo por el anuncio de la llegada del Reino esperado, sino también por el dualismo manifestado en su enfrentamiento con los demonios: Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios (Mt 12:28). Y también debemos reconocer que, aunque fuese solo una vez, Jesús llego a manifestar el desprecio propio de un judío hacia los paganos, cuando respondió despectivamente a una mujer sirofenicia que le suplicaba la curación de su hijita:
Espera que primero se sacien los hijos, pues no esta bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos (Mc 7:27).
Ante el ruego de una mujer de la clase dominante helenizada, que se sentía ahora necesitada, ¿no era justo la negativa de un ministro proveniente de la población judía siempre desfavorecida? Sin embargo, la confianza expresada por la mujer fue suficiente para que Jesús accediera a su pedido. De este modo Jesús realizo un milagro mas significativo que la curación de la niña: la superación de la frontera de los prejuicios entre personas de pueblos y culturas diferentes.

Pero el modo en el que Jesús formulaba su mensaje apocalíptico revestía una forma claramente profética. En efecto, Jesús no presentaba su mensaje a través de un escrito esotérico presentado como obra de un personaje famoso del pasado (como era el caso de los Apocalipsis de Henoc o Moisés). Jesús proclamaba de un modo presencial un mensaje vinculado directamente a su persona. Su predicación era una revitalización de la apocalíptica en forma profética. El Reino de Dios, presente y aun por venir.

La predicación de Jesús contenía tanto enunciados de futuro como de presente sobre el Reino de Dios. Esta combinación no era ajena a la costumbre establecida en la plegaria judía de su tiempo. En la liturgia se celebraba el reinado presente de Dios y se pedía, a la vez, su llegada sin que esto les resultara contradictorio. Porque en el cielo estaba ya presente lo que en la tierra se esperaba para un futuro de salvación. Así lo expresaban en sus liturgias sabáticas los esenios de Qumran, donde los fieles alababan como algo ya presente la realeza de YHWH, sumándose a los coros de los angeles en su culto celestial: Santifiquen los santos de los divinos al Rey de la gloria... porque en el esplendor de la grandeza esta la gloria de su realeza, en el esta la grandeza de todos los divinos junto con el esplendor de toda su realeza (4Q 403 fragm. 1,i,31-33). La plegaria de las dieciocho bendiciones insistía, mas bien, en la instauración del reinado futuro: Restitúyenos
nuestros jueces de antaño... y se nuestro único rey (petición 11).

Lo peculiar de Jesús fue, entonces, no la coexistencia en su mensaje de presente y futuro, sino la afirmación de que el Reino futuro ya había comenzado. Los fariseos oraban cada vez con mayor insistencia: Bienaventurados los que nazcan en aquellos días, para contemplar los bienes de Israel en la reunión de las tribus. ¡Ojala! Dios apresure su piedad sobre Israel. Nos liberara de la impureza de los enemigos impuros. El Señor es nuestro rey para la eternidad y aun mas (Salmos de Salomón 17,50). En cambio, Jesús aseguraba que sus testigos oculares debían sentirse beneficiados por esa bienaventuranza y que, por tanto, no debían seguir esperando: ¡Bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron (Mt 13:16-17).

¿Cómo había que entender esa afirmación tan audaz? ¿Acaso no estaba el mundo lleno de maldad? ¿no seguía Israel dominado por las potencias extranjeras? Aun no parecía tan evidente el cumplimiento de las antiguas esperanzas (Is 26:19; 29:18s). A los que no estaban tan convencidos Jesús les propuso oír y ver con mas atención y sinceridad: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia; ¡y bienaventurado aquel que no halle escándalo en mi! (Mt 11:5-6).

En efecto, la gente quedo maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel (Mt 15:31). Pero no fueron pocos los que se escandalizaron de Jesús. Porque alli donde el Bautista había declarado el final de un mundo sin remedio, Jesús había comenzado a anunciar la Buena Noticia de un nuevo comienzo suscitado por la presencia salvadora de Dios: Se ha cumplido el tiempo y ha llegado el reino de Dios (Mc 1:15). De este modo Jesús ya no intentaba que los hombres cambiaran ante el miedo del juicio, como lo había hecho
Juan, sino que proclamaba que Dios comenzaba a edificar su reino sobre el mismo fondo de pecado de los hombres: perdonando para siempre, y no condenando, Dios inauguraba el tiempo final de la consumación del mundo.

LA GRACIA DE LA SALVACION.

Juan había presentado su mensaje en términos de juicio intentando provocar una respuesta de conversión expresada con el bautismo. Por el contrario, Jesús de Nazaret comenzó su mensaje con una promesa destinada a suscitar en sus oyentes la confianza: convertios y creed en la Buena Noticia (id. anterior). La fe era la única respuesta ante la iniciativa de Dios que ofrecía su reino a los hombres. Correspondía a ellos acoger el perdón como un don gratuito con poder de transformarlos. Este llamado a confiar en la actuación salvadora de Dios fue el centro del mensaje de Jesús, fue su eu angelion (gr. buena noticia). El castigo recaería solo sobre aquellos que rechazaran la salvación ofrecida incondicionalmente por Dios. Cuanto mayor era esa salvación ofrecida en el presente, mas inexorable seria el juicio contra todos los que libremente se excluyeran de la salvación. Y cuanto mas severa sonara la amenaza del juicio, tanto mas grandiosa aparecía esa salvación prometida a todos.

La conversión constituía uno de los temas mas repetidos entre los judíos en tiempos de Jesús. Puesto que con sus pecados los hombres habían quebrantado la alianza, era necesario que retornaran a Dios con un corazón arrepentido y con buenas obras. Tal debía ser, según los fariseos, la actitud de Israel para preparar la venida del Mesías: ¡Que Dios purifique a Israel para el día de la misericordia y la bendición, para el día de la elección, cuando suscite a su Mesías! Bienaventurados los que vivan en aquellos días para ver los bienes del Señor, que hará a la generación venidera, bajo el cetro de la corrección del Mesías del Señor en el temor de su Dios, en espíritu de sabiduría, de justicia y fuerza, para dirigir a los hombres en las obras de justicia por el temor de Dios, para establecerlos delante del Señor (Salmos de Salomón 18,6-9). Para Juan, en cambio, ya no había tiempo para las obras, puesto que el juicio ya estaba encima: solo restaba confesar los pecados y hacerse bautizar.

Jesús rompió en su anuncio el modelo existente: el tiempo de la conversión había sido incapaz de transformar a los hombres; pero allí donde ellos no habían podido realizar el cambio Dios desplegaba su misericordia creadora. Esto suponía superar desde dentro el esquema de la conversión. Lo valioso ya no era lo que los hombres podían realizar sino el perdón de Dios que les era otorgado gratuitamente y no en atención a sus obras. La conversión a la que Jesús invitaba ya no era simplemente una vuelta al cumplimiento de la Ley de Israel, sino la docilidad necesaria para que se manifestara en la propia vida la fuerza transformadora de la misericordia de Dios. Por eso Jesús proclamo bienaventurados mas bien a aquellos que mostraran en si mismos la suficiente disposición para recibir el don de Dios.

Jesús enseño, en este sentido, que todos los hombres dependen de la bondad de Dios. Para ilustrar su enseñanza de un modo sencillo recurrió a una parábola en la que comparaba a Dios con un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña (Mt 20:1-2). A distintas horas del día el propietario seguiría contratando a obreros desocupados hasta poco antes del atardecer. Los obreros llamados desde temprano serian los últimos en cobrar y, por tanto, serian testigos de la paga de los que menos trabajaron. Contra todas sus expectativas recibirían exactamente lo mismo que los otros, y a causa de esta supuesta injusticia murmurarían contra su empleador. La respuesta del propietario daría la conclusión a la parábola, destacando la lógica novedosa del Reino: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este ultimo lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? (20:13-15). En el nuevo orden de la salvación presente la justicia no queda vulnerada, aunque si subordinada a la bondad de Dios.

LA ACOGIDA DE LOS PECADORES COMO SIGNO VISIBLE DEL PERDON DIVINO

Jesús recorrió los poblados de Galilea anunciando la invitación de Dios a acoger gratuitamente el Reino de un modo semejante al servidor de otra parábola que el mismo enseñaba: Un hombre preparo un banquete grande para muchos invitados. Llegado el tiempo envió a su siervo para decir a los invitados: "Venid, que ya esta todo preparado". Pero todos a una empezaron a excusarse (Lc 14:16-18). ¿Sabría Jesús desde el comienzo que los grandes invitados rechazarían el banquete? La historia de los antiguos profetas mostraba que eso ya había ocurrido antes. La historia más reciente del profeta del Jordán parecía confirmarlo una vez mas, como el mismo Jesús llegaría a reprochar a los sacerdotes: Vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él (Mt 21:32). Pero esta negativa, lejos de desanimar el corazón del mensajero, llevo a Jesús al descubrimiento de una gracia más alta: la fiesta de Dios era para todos, de una manera especial para todos aquellos que hasta entonces habían permanecido impedidos o alejados: Entonces, airado, el dueño de la casa dijo a su siervo: "Sal enseguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos" (Lc 14:21).

Para realizar la misión a la cual se sentía llamado por Dios, Jesús recurrió a un gesto que le permitiera presentar la invitación del reino ante los hombres. Obrando así procedía como los antiguos profetas israelitas que acompañaban con acciones simbólicas su predicación. De modo que la bondad de Dios enseñada por Jesús no quedo simplemente ilustrada por sus palabras, sino, ante todo, fue confirmada a través de sus acciones. Los signos de Jesús, mucho más que los de los profetas, se presentaron de una manera chocante y hasta escandalosa, pues fueron realizados precisamente entre aquellos que no estaban oficialmente invitados al banquete del Reino mesiánico, aquellos que estaban abandonados a su suerte y excluidos de la comunidad religiosa. Con esos signos Jesús quiso poner mas de manifiesto el perdón gratuito de Dios.

El pecado había sido interpretado siempre en Israel en términos de ruptura de la Alianza, y por tanto era comprensible que la conversión se entendiera también como una vuelta al ámbito de la Ley donde se realizaba concretamente la Alianza. Pero nos equivocaríamos seriamente si pensáramos que el judaísmo del tiempo de Jesús era legalista y carente de misericordia con los pecadores; y que Jesús, entonces, fuese diferente por ser compasivo con todos. En realidad, los judíos valoraron siempre el arrepentimiento y afirmaron la posibilidad del perdón. En este sentido, los profetas habían sido los principales predicadores de la conversión: Si el malvado se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá. Ninguno de los crímenes que cometió se le recordara mas; vivirá a causa de la justicia que ha practicado.
¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado -oráculo del Señor YHWH- y no mas bien en que se convierta de su conducta y viva? (Ez 18:21-23). También los maestros de la Ley seguirían predicando el perdón divino, según lo atestigua la Mishna: El sacrificio por el pecado y el sacrificio incondicional por el delito tienen fuerza expiatoria. La propia muerte y la fiesta de Yom Kippur (día del perdón) expían con solo el arrepentimiento. El arrepentimiento perdona cualquier día los pecados leves, sean por omisión o por quebrantamiento. Los pecados más graves los deja en suspenso hasta que llegue el Yom Kippur y sean expiados (Yoma 8,8).

Escribas, sacerdotes y simples fieles estaban dispuestos a buscar a los pecadores y procurarles el perdón. Pero para eso era necesario que el arrepentimiento se expresara mediante algún signo ritual y alguna satisfacción, y que se retornara a la obediencia de la Ley.

En este punto se diferencio Jesús respecto de los otros maestros. Por encima de la Ley hizo surgir un espacio amplio de perdón. Aseguro que el Reino de Dios no llegaba a través de los caminos de la Ley establecida en el pasado por Dios. Habiendo vivido un tiempo entre aquellos que acudían a Juan y recibían su bautismo como signo de esperanza en el perdón, Jesús había conocido el poder del pecado que destruía a los hombres; había descubierto la impotencia de la Ley y de todos los métodos para transformar el corazón. Entonces en ese mismo lugar, allí donde la caída parecía sin remedio y el bautismo sin futuro humano, había descubierto la eficacia de la gracia creadora de Dios. Por eso Jesús comenzó a perdonar sin exigir a los pecadores un signo ritual ni el retorno al cumplimiento de la Ley. Al contrario, era él quien realizaba un signo claro que mostrara la misericordia de Dios: Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: "Este acoge a los pecadores y come con ellos" (Lc15:2).

A través de una de sus más bellas parábolas Jesús dio a entender que su gesto de acogida incondicional no era otra cosa que un reflejo de lo que Dios mismo hacia con cada pecador que se dejara abrazar por su misericordia. La historia narrada trataba de un hijo que había dilapidado la herencia de su padre en una vida libertina. Al quedarse sin nada y teniendo hambre había decidido regresar a su casa paterna en calidad de simple trabajador: Estando el todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echo a su cuello y le beso efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, peque contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15:20-24). La conducta del padre había hecho posible no solo el regreso del hijo, sino también, y sobre todo, su arrepentimiento. Antes el hijo no había sido capaz de ver en su padre mas que a una persona extraña. Pero al recibir ampliamente el perdón y ser readmitido en la familia, entonces comenzó a experimentar la cercanía de su padre.

Ya no solo como el simple mensajero que repartía las invitaciones, sino como un profeta autorizado de parte de Dios, Jesús se sentó a la mesa con los pecadores. Así, mediante este signo profético realizaba ya en el presente un anticipo del banquete final del Reino de Dios: Hará YHWH Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos... consumirá la Muerte definitivamente. Enjugara el Señor YHWH las lagrimas de todos los rostros, y quitara el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque YHWH ha hablado (Is 25:6.8).

La actitud de Jesús no podía menos que escandalizar a aquellos que vivían en el espacio de salvación que la Alianza de Israel extendía en el mundo: ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 11:19). Pues no se trataba únicamente de una transgresión de la Ley mediante la comunión de mesa con personas que habían sido apartadas de la comunidad de culto, sino que, según Jesús, ese acto pretendía ser una expresión de la voluntad salvifica de Dios. Era completamente inaceptable que un judío respetable como Jesús quisiera avalar con su amistad y comida a los que quebraban la alianza de Dios con su pueblo y que, para colmo, lo hiciese en nombre de Dios y de su Reino. Comportándose así, Jesús era mas que un trasgresor; se convertía en un corruptor del pueblo elegido. Esa fue la imagen del profeta de Nazaret que durante siglos el Talmud de Babilonia dejo grabada en la conciencia del pueblo judío: Jesús fue colgado en víspera de la fiesta de pascua. Cuarenta días antes, el heraldo había pregonado: "Lo sacaran para ser apedreado porque practica la magia, seduce a Israel y lo ha hecho apostatar; el que tuviera algo que decir en su defensa debe presentarse y decirlo. Pero si nada se aduce en su defensa, será colgado en víspera de pascua (Sanedrin 43a).

Ciertamente los sacerdotes y los fariseos no veían con buenos ojos que judíos que se consideraban piadosos pasaran por alto los preceptos ceremoniales de la Ley: los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay muchas otras cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: "¿Por que tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?" (Mc 7:3-5). Pero los judíos distinguían muy bien entre la impureza legal que manchaba al hombre sin hacerlo propiamente pecador y el pecado estricto que destruía el mismo fundamento de la Alianza. En el primer caso la impureza se limpiaba con un simple rito ceremonial: Hay que lavar las manos para la comida de alimentos no consagrados, productos del diezmo u ofertas. Para las cosas santas hay que sumergirlas.

En cuanto al sacrificio por el pecado, si sus manos están en estado de impureza, se considera también su cuerpo como impuro (Mishna Haguiga 2,5). En el segundo caso el pecado dependía del perdón otorgado por Dios y por el prójimo afectado, y requería el arrepentimiento del corazón y el cambio de vida: Al que dice: "pecare y me arrepentire, pecare y me arrepentire", no se le dará la posibilidad de hacer penitencia. "Pecare y el Yom Kippur lo perdonara", el Yom Kippur no le perdonara. Las transgresiones del hombre contra Dios, el día del perdón las perdona. Pero los pecados contra el prójimo, el Yom Kippur no los perdona en tanto no lo consienta su prójimo (Mishna Yoma 8,9). Mientras que el agua purifica solo el exterior de los objetos y de las personas, era Dios mismo quien purificaba el interior del hombre mediante el perdón: Rabi Aquiba dice: feliz de ti, oh Israel, ¿ante quien sois purificados? ¿quien os purifica? Vuestro padre que esta en los cielos, pues esta escrito: rocíe sobre vosotros aguas puras y habéis quedado limpios.
Se dice también: el Señor es la esperanza de Israel. Como la piscina purifica lo impuro, así el Santo, bendito sea, purifica a Israel (idem).

Pero Jesús, a los ojos de quienes lo juzgaban, se precipitaba al ofrecer previamente el perdón, visible y concreto, sin estar seguro de que los perdonados responderían con un cambio de conducta. Jesús, en cambio, confiaba que Dios mismo comenzaba a cambiarlos ofreciéndoles su gracia. Tampoco pedía cuentas después de haber concedido el perdón, porque consideraba que el perdón de Dios era incondicional. Eso no significaba que se contentara con que las cosas siguieran como antes. La actitud de Jesús era la de un sembrador que esparcía el perdón a los que estaban fuera del camino de la salvación y que estaba seguro de que, fortalecidos en la confianza, podían comenzar una vida nueva, como en el caso de la mujer acusada de adulterio: Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques mas" (Jn 8:11).

Los piadosos que se aferraban al viejo orden no podían soportar la actitud del profeta galileo. Como el hermano mayor de la parábola rehusaban participar de la fiesta acogiendo al pecador, porque seguían midiendo por el patrón de una supuesta justicia y les parecía que esa bondad obraba injustamente. Olvidaban que a ellos también el Padre les había mostrado su bondad. No se daban cuenta de que la obediencia que tenían para con Dios se basaba en un malentendido, porque no habían visto en el la bondad y porque no eran capaces, por tanto, de ser ellos mismos bondadosos.

La llamada de Jesús no era una conversión a la ley, sino creación de un hombre nuevo. ¿Quien era el para obrar de tal manera? El sabia que su gesto implicaba un cambio de visión de lo divino. Se estaba poniendo en lugar de Dios de un modo inconcebible... a no ser que el Reino ya estuviese presente. Por eso ofrecerá en los milagros el signo de que el Reino había llegado ya.