LA PATRIA DE JESUS
Según Mc 1:9 el lugar de
procedencia de Jesús era la región de Galilea. Desde
allí habría partido en busca del Bautista: Y
sucedió que por aquellos días vino Jesús
desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán.
No existía
ninguna referencia en las Escrituras judías acerca de Nazaret,
como así tampoco fue nombrada por Josefo al describir la
región de Galilea. Posiblemente este silencio se debió
a la poca importancia de la aldea, cuya vida propia seguramente
transcurriría a la sombra de la vecina y próspera
ciudad de Séforis, la capital de la región durante
los primeros años de la vida de Jesús.
La vista que se despliega en torno
a Nazaret es una de las más hermosas de Israel. La región
de Galilea aparece como una
prolongación de las raíces montañosas del
Líbano. La abundancia de rocas de basalto gris manifiesta
su carácter volcánico. No es el Líbano, sin
embargo, el que domina la vista, sino la cordillera de enfrente,
el Hermón. Hacia sus nieves levantaban los ojos los sofocados
segadores durante el verano, esperando de él su intenso
rocío por la noche. A esa dependencia respecto de las altas
cordilleras Galilea debe sus aguas y la fertilidad de su tierra
en comparación con Judea y Samaría. Josefo describía
la bondad de esta tierra en la que se desempeñó
como revolucionario contra Roma: "Toda la región es
fértil, rica en pastos, plantada de árboles de toda
clase, de manera que el hombre más perezoso para las tareas
de la tierra siente
necesariamente una vocación de labrador ante tantas facilidades.
De hecho, toda la superficie está cultivada por los
habitantes, sin que haya una sola parcela sin barbecho. Los poblados
son muy numerosos y todas las aldeas tienen
también una población muy densa, debido a la fertilidad
del suelo, de manera que la más pequeña de ellas
cuenta
con más de quince mil habitantes" (Guerra Judía
III, 3,2).
Allí, envuelto en la belleza de las montañas y rodeado de los labradores que trabajan la tierra, Jesús había pasado muchos años en silencio, trabajando también él con sus propias manos. Cuando comenzase a predicar evocaría todo ese mundo de imágenes que contemplado con sus propios ojos: Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos (Mt 6:28-29). El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo (Mt 13:24). Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre (Mc 12:1). De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él (el Hijo del hombre) está cerca, a las puertas (Mc 13:28-29).
Las encantadoras colinas de Galilea
que, aún hoy, infunden una sensación apacible al
peregrino que las visita, debieron hablar
por sí mismas al corazón del joven Jesús
de la misericordia y generosidad de Dios, y permitía pensar
en su Reinado como una
participación de tanta paz y bondad. Del mismo modo, las
despojadas montañas de Judea, con su aspecto terrible y
su clima
tan duro, no podían menos que templar el carácter
de un profeta como Juan y llevarle a formular la llegada del Reino
de Dios
en términos tan trágicos. Las colinas de Galilea
y el desierto del Jordán sirven adecuadamente de escenario
para las Bienaventuranzas de Jesús (Mt 5:3-12) y para las
amenazas de Juan (Mt 3:7-12). Sus respectivos ambientes naturales
ayudaron a cada uno de los dos profetas a diferenciar con rasgos
propios el único mensaje sobre la llegada del Reino y la
necesidad de conversión.
Además de esta influencia de la naturaleza, también debió intervenir en el interior de Jesús el peso de la secular tradición histórica de su patria. Galilea coincide estrechamente con los territorios que Josué había asignado a las antiguas tribus hebreas de Isacar, Zabulón, Aser y Neftalí durante la conquista de Canaán. El país había presenciado el sacrificio del profeta Elías en el monte Carmelo (1 Re 18:20-40), la muerte del rey Ajab por él anunciada en el valle de Yisreel (1 Re 22:34-35) y la muerte del justo rey Josías en Meguido (2 Re 23:29).
La cercanía y presencia
de población pagana, especialmente a partir de la incorporación
al imperio asirio bajo Tiglatpileser III
(734 a.C.), había hecho que la región fuera denominada
Galil ha-Goyim (hebr. Región de los Gentiles: Is 8:23).
La población en los tiempos de Jesús se componía
de judíos principalmente en las aldeas y en el interior
de la región. Las ciudades helenizadas y los dominios en
el oeste estaban poblados mayoritariamente por paganos. El proceso
de helenización había sido
promovido grandemente por Herodes el Grande y sus hijos, como
así también por los terratenientes de las ciudades
helenizadas que habían comprado amplias zonas del campo.
Pero esta circunstancia había
ido fortaleciendo la identidad nacional y religiosa de los habitantes
judíos, como refirió Josefo:
"Con esta superficie tan limitada, y rodeadas como están
por naciones extranjeras muy poderosas, las dos Galileas
han resistido siempre las sucesivas invasiones; porque los galileos
se forman para el combate desde sus años más
jóvenes y han sido siempre numerosos. Nunca les ha faltado
coraje a esos hombres ni faltó nunca allí gentes"
(Guerra Judía III,3,2).
"La naturaleza de los galileos
era, pues, tan volcánica como el suelo que habitaban: siempre
amigos de innovaciones y por
naturaleza dispuestos a los cambios, disfrutan con las sediciones"
(Josefo, Autobiografía 17). "Su fama se había
hecho
célebre a causa de sus pendencias y de entre ellos surgieron
los más aguerridos rebeldes contra Roma. Tal era el caso
de Judas de Gamala, más conocido como Judas el Galileo.
En el año 4 a.C., aprovechando la falta de gobierno a causa
de la muerte de Herodes, en Séforis reunió una banda
numerosa, rompió las puertas de los arsenales del rey y,
distribuyendo las
armas a sus partidarios, atacó a los demás candidatos
al poder" (Josefo, Guerra Judía II,56).
Más tarde, unido al fariseo
Sadok había encabezado una revuelta contra los romanos
a causa del censo que en el año 6 d.C.
había ordenado el emperador Augusto para la nueva provincia
de Judea. En efecto, el censo tenía como fin elaborar la
nómina de los contribuyentes de la nueva provincia del
Imperio: Decían que el censo llevaba a un resultado concreto:
implicaba el derecho a hacerlos esclavos. Por eso llamaban al
pueblo a volar en apoyo de la libertad. Si se presentaba la
ocasión de vencer -aseguraban- pondrían las bases
de la prosperidad; y si les privaban de los bienes que les quedaban,
obtendrían el honor y la gloria de haber obrado con magnanimidad.
La divinidad no podría hacer otra cosa más que colaborar
en el éxito de su proyecto y actuaría ciertamente
en favor de ellos, con tal que, apasionados por los grandes hechos
y firmes en su resolución, no dudaran en derramar la sangre
necesaria para este fin (Josefo, Antigüedades XVIII,4).
Judas fundó así
un partido que se caracterizaría por el celo por la defensa
de la libertad y por la aceptación de la sola soberanía
divina (de ahí el nombre de zelotes): decía que
era una vergüenza aceptar pagar tributo a Roma y soportar,
después de Dios, a unos dueños mortales (Josefo,
Guerra de los Judíos II,118). Josefo describió este
movimiento llamándola la cuarta filosofía (después
de los fariseos, saduceos y esenios): "Sus adeptos están
en muchos puntos de acuerdo con el
pensamiento fariseo, pero sienten un amor casi invencible a la
libertad, porque creen que Dios es el único dueño
y
señor. Les importa poco padecer cualquier tipo de muerte,
hasta el más inaudito, lo mismo que el castigo que están
dispuestos a infligir hasta a sus parientes y amigos; el único
objetivo que tienen es no dar el nombre de señor a ningún
ser humano" (Josefo, Antigüedades XVIII,23).
La revuelta contra Roma ciertamente
fracasó, como refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles:
En los días del empadronamiento, se levantó Judas
el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí;
también éste pereció y todos los
que le habían seguido se dispersaron (5,37). Sin embargo,
el partido sobrevivió varias generaciones y los descendientes
de
Judas continuaron su causa. "Entre los años 46 y 48
dos de sus hijos fueron ajusticiados por orden del gobernador
romano: Los nombres de aquellos hijos eran Jacob y Simón,
a quienes Alejandro condenó a ser crucificados" (Ant.
XX,102). "En el
año 66 otro hijo suyo (o tal vez nieto) se proclamaría
directamente como el rey Mesías para conquistar Jerusalem
y rebelarse
contra el Imperio: Menahem, el hijo de Judas, aquel llamado el
Galileo, tomó algunos hombres importantes con él
y se retiró a Masada, donde forzó el ingreso a la
armería de rey Herodes y dio armas no sólo a su
propia gente, sino también a otros bandidos. Con ellos
organizó una guardia y regresó en condición
de rey a Jersalem. Y constituido en líder de la sedición
dio órdenes de continuar con el asedio" (Guerra Judía
II,433). Finalmente sería asesinado por la oposición
(id. II,446).
La dinastía de los líderes zelotes proveniente de Judas el Galileo acabaría recién en el año 73 con Eleazar ben Yaír, el organizador de la célebre defensa de Masada: El era descendiente de aquel Judas que había persuadido a muchos judíos, como hemos anteriormente relatado, a no inscribirse en el censo cuando Quirino ordenó hacerlo en Judea (Guerra Judía VII,252). Josefo nos transmitió lo que habría sido su larga exhortación final al suicidio colectivo: ... "¡Muramos sin haber sido esclavos del enemigo y, como hombres libres, dejemos juntos esta vida con nuestras esposas e hijos! Esto es lo que las leyes nos ordenan, esto es lo que nuestras esposas e hijos nos suplican. Esta es la necesidad que nos viene de Dios y lo contrario es precisamente lo que los romanos desean. El temor que ellos tienen es que muera uno solo de nosotros antes de que sea tomada la ciudadela. Así, pues, apresurémonos a dejarles, en vez de la satisfacción que ellos esperan de nuestra captura, el asombro ante nuestra muerte y la admiración por nuestra valentía!" (Guerra VII, 337-388).
La infancia y juventud de Jesús
transcurrió en esa Galilea formadora de hombres nada conformistas.
Tal vez las peores
tempestades no hayan llegado a la pequeña Nazaret, pero
sí sus espantosos ecos, como la destrucción de Séforis
a sólo 4 km de distancia. En el año 4 a.C., el gobernador
romano de Siria había reprimido violentamente el levantamiento
de la ciudad: Varo envió una parte de su ejército
a Galilea, situada cerca de Ptolemaida, y a Cayo, uno de sus amigos,
como
capitán. Cayo derrotó a las tropas que enviaron
contra él, tomó Seforis, la incendió y redujo
a esclavitud a sus habitantes (Guerra Judía II,68). La
reiteración de episodios como estos y la carga de pesados
tributos habían ido llenando la región de viudas
despojadas, niños huérfanos, enfermos y enloquecidos,
campos abandonados y multitud de pobres.
La mayoría soportaba en
silencio la pesada carga sin más consuelo que el advenimiento
del poderoso Mesías davídico, que
restablecería definitivamente a Israel como Reino de Dios,
poniendo fin a todas las tristezas y dolores. Jesús no
pudo desconocer esta mentalidad, porque sin duda debió
haber escuchado en más de una oportunidad en la sinagoga
las profecías
mesiánicas leídas y explicadas durante el culto
sabático: "¡Qué hermoso es el rey mesías
que ha de levantarse de entre los
de la casa de Judá! Ciñe sus riñones y parte
al combate contra sus enemigos y mata a reyes con príncipes.
Tiñe de rojo las montañas con la sangre de sus víctimas
y blanquea las colinas con la grasa de sus guerreros. Sus vestidos
están empapados de sangre; se parece al que está
pisando racimos" (Targúm de Jerusalem de Gn 49:11).
Tales expectativas serían,
muy posiblemente, las que poseían los que se agruparon
alrededor suyo, como bien lo evidencian las palabras de los decepcionados
discípulos de Emaús después de su crucifixión:
Nosotros esperábamos que sería él el que
iba a librar a Israel (Lc 24:21). Sería, tal vez, la esperanza
de Simón al proclamar ante Jesús: Tú eres
el Mesías (Mc 8:29). Sería, en fin, la tentación
que tuvo que resistir Jesús a lo largo de su vida: ¡Apártate
de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los
de Dios, sino los de los hombres (Mc 8:33).
LAS TENTACIONES DE JESÚS
Como todo hombre, Jesús
debió luchar para seguir firmemente los dictámenes
de su conciencia frente a otras alternativas que
no dejaban de aparecer como muy sugestivas. Los que más
tarde creyeron en él no quisieron silenciar esta realidad
que lo
solidarizaba con el resto de los mortales: ha sido probado en
todo como nosotros, aunque él no cometió pecado
(Heb
4:15). Él mismo se sometió al sufrimiento y a la
tentación (Heb 2:18).
Al narrar los episodios concretos
en los cuales se podría comprobar en qué momentos
Jesús había experimentado la lucha
interior, el evangelio más primitivo relacionó la
tentación en cierto modo con su conciencia de estar especialmente
unido a Dios: Y se oyó una voz que venía de los
cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco".
A continuación, el Espíritu
le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta
días, siendo tentado por Satanás (Mc 1:11-12). Mateo
y
Lucas incluso llegaron a describir los diálogos de Jesús
con el tentador.
Pero, teniendo en cuenta la ausencia
de testigos en estas escenas, podemos preguntarnos: ¿cómo
llegaron a conocer los
creyentes las confrontaciones que Jesús mantuvo con el
tentador? Puesto que, como veremos luego, Jesús enseñaba
por medio de comparaciones, tal vez Jesús pudo haber expuesto
a sus discípulos de un modo simbólico y escenificado
las alternativas que habría tenido que rechazar en su corazón
para ser obediente y fiel a su vocación. La ubicación
de esta experiencia por parte de los evangelistas en el momento
previo al inicio del ministerio mostraría, entonces, a
Jesús como auténtico enviado de Dios que cumple
su voluntad expresada en la Escritura.
Mc 1:13 describió una relación
pacífica entre Jesús y las bestias salvajes. Posiblemente
fuera una alusión a la paz del final de los tiempos anunciada
en Is 11:6-8 y repetida en la literatura apocalíptica:
Los animales salvajes vendrán de los bosques y
servirán a los hombres; la culebra y el dragón saldrán
de sus escondites y se dejarán conducir por niños
pequeños (Apocalipsis de Baruc siríaco 73,6). Con
esto indicaría no sólo que Jesús había
superado la tentación, sino también que con él
se abría el tiempo final. Habiendo vencido ya a Satanás,
lo superaría de un modo definitivo.
En Mateo y en Lucas el cambio
de escenarios hace pensar en una secuencia de situaciones sugeridas
a la consideración de
Jesús; algo así como alternativas que Jesús
bien podría haber seguido en la realización de su
vocación recibida de Dios. En
efecto, el Mesías judío debía inaugurar una
era de fecundidad asombrosa, con abundancia de vino y pan: Cuando
se cumpla lo que está previsto empezará a manifestarse
el Mesías. La tierra dará su fruto, diez mil por
uno. Cada cepa tendrá mil sarmientos, cada sarmiento dará
mil racimos, cada racimo contará mil uvas y cada uva producirá
un kor (3000 litros) de vino. Y todos los que tengan hambre se
alegrarán y serán cada día espectadores de
prodigios. En aquel tiempo el maná guardado en reserva
caerá de nuevo y comerán (de él) esos años,
porque habrán llegado al fin de los tiempos (Apocalipsis
Siríaco de Baruc, 29,3.5-6.8). Y, según el pensamiento
de los fariseos, ningún daño sufriría el
Mesías gracias a la protección de Dios: No será
débil en sus días, apoyado en su Dios, porque Dios
le hizo poderoso por el Espíritu Santo y sabio en el consejo
inteligente con fuerza y justicia. Y la bendición del Señor
está con él en la fuerza: no será débil,
su esperanza está en el Señor y ¿quién
puede contra él? (Salmos de Salomón 17:42-44).
Conciente de tener en sí
mismo un poder recibido de Dios, Jesús podría haberlo
aprovechado para remediar su necesidad o
simplemente para hacer ostentación del mismo: Si eres Hijo
de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes... Si
eres hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te
llevarán, para
que no tropiece tu pie en piedra alguna (Mt 4:3.6).
Sin embargo, la peor tentación
era la esperanza en un dominio político como Mesías.
Jesús debió rechazar con esfuerzo
esta alternativa, sugerida por sus oyentes y por sus mismos discípulos
tantas veces a lo largo de su vida. Jesús comprendió
bien que los jefes de las naciones las dominan como señores
absolutos, y los grandes las oprimen con su poder (Mt 20:25).
Tal forma de autoridad no podía proceder de Dios, sino
del Príncipe de este mundo (Jn 12:31), y sólo podría
obtenerse mediante el abandono del Dios verdadero: Todo esto te
daré si postrándote me adoras (Mt 4:9).
La redacción, en la forma
hoy conservada, pudo haber sido influenciada, además, por
una experiencia histórica de prueba
sufrida por los creyentes de Palestina pocos años después
de la muerte de Jesús: "Como emperador, Cayo (Calígula)
se
mostró de una arrogancia inaudita: exigió pasar
como dios y que le llamaran dios, decapitó a su patria
de los hombres más selectos y extendió su impiedad
hasta Judea. En efecto, envió a Petronio con un ejército
a Jerusalem para erigir estatuas suyas en el templo con la orden
de que, si los judíos no las aceptaban, matasen a los que
se opusieran y redujese a la esclavitud al resto de la nación"
(Josefo, Guerra Judía II, 184s).
La imagen de la adoración
evocaría, entonces, el ceremonial practicado en la corte
de Roma. El judío Filón de Alejandría narró
cómo él mismo se había visto obligado a venerar
al emperador Calígula al ser recibido por éste en
audiencia: Fuimos
conducidos ante él; al verlo, nos inclinamos hasta el suelo
con toda reverencia y temor, y lo saludamos con el tratamiento
de Sagrado Emperador. Pero su respuesta fue tan cortés
y amable que desesperamos, no ya de nuestra causa sino de nuestra
vida. Porque con una sonrisa irónica observó: "¡Conque
vosotros sois los impíos que no creen en mi condición
divina, cuando todos los demás la reconocen, y creéis
en el Dios innombrable! (Delegación ante Cayo 352s). También
parece una evocación del emperador blasfemo la oferta que
Satanás hacía a Jesús: Te daré todo
el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha
sido entregada, y se la doy a quien quiero (Lc 4:6). "Como
dueño del mundo Calígula entregaba el poder a quien
él quería, tal como lo había hecho con su
amigo de niñez, Herodes Agripa, a quien liberó de
la prisión tras la muerte de Tiberio: Cayo puso una diadema
sobre su cabeza, y lo nombró rey de la tetrarquía
de Filipo. También le dio la tetrarquía de Lisanias,
y cambió su cadena de hierro por una de oro de igual peso"
(Josefo, Antig. XVIII,237).
En conclusión, según
el relato evangélico de las tentaciones, Jesús habría
enseñado con su propia conducta que nada en el
mundo -promesas de alimento, seguridad o poder- debería
desviar a los creyentes de la confesión de fe en el Dios
único y
verdadero: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo
a él darás culto (Mt 4:10).
LA MADRE Y LOS HERMANOS DE JESÚS.
El evangelio de Marcos mencionó
por primera vez los nombres de los familiares de Jesús
con ocasión de la visita de éste a su
pueblo natal, tiempo después de comenzada su actividad:
¿No es éste el artesano, el hijo de María
y hermano de Jacobo,
Jose, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas
aquí entre nosotros? (Mc 6:3). Antes de este relato había
mencionado
otro episodio en el cual los suyos fueron a hacerse cargo de él,
pues decían: "Está fuera de sí"
(3:20). El evangelio de
Juan confirmaría más tarde este dato: Ni siquiera
sus hermanos creían en él (7:5).
Sin embargo, sus familiares también
fueron mencionados como miembros de la primera comunidad formada
después de la
muerte de Jesús: Todos ellos perseveraban en la oración,
con un mismo espíritu en compañía de algunas
mujeres, de
María, la madre de Jesús, y de sus hermanos (Hech
1:14). Uno de sus hermanos daría testimonio de haber visto
a Jesús
resucitado: Luego se apareció a Jacob; más tarde
a todos los apóstoles (1Co 15:7). El evangelio de los Hebreos
relataba dicha aparición: Él tomó pan y lo
bendijo y lo partió y lo dio a Jacobo el Justo, y le dijo:
Hermano mío, come tu
pan, pues el Hijo del hombre se ha levantado de entre los que
duermen (fragm. 7). Según este texto Jacobo había
prometido no comer ni beber, pues Jesús había dicho
durante la última cena: desde ahora no beberé de
este producto de la
vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo,
en el Reino de mi Padre (Mt 26:29).
Jacob llegaría a ser un
importante dirigente de la comunidad cristiana de Jerusalem, según
el testimonio de Pablo: Subí a
Jerusalem para conocer a Cefas y permanecí quince días
en su compañía. Y no ví a ningún otro
apóstol, fuera de Jacobo, el hermano del Señor (Gal
1:18-19). El mismo Pablo admitía que también Jacobo,
junto a Pedro y a Juan, eran considerados como columnas de la
Iglesia (Gal 2:9). El evangelio de Tomás lo señaló
como aquel que habría recibido de Jesús la primacía
sobre los demás: Los discípulos dijeron a Jesús:
Sabemos que nos vas a dejar; ¿quién será
el más grande entre nosotros? Jesús les dijo: En
el sitio adonde os dirijáis, iréis hacia Santiago
el justo, para quien han sido hechos el cielo y la tierra (logion
12).
De otro de los hermanos de Jesús
hizo mención Hegesipo en un testimonio recogido por Eusebio
de Cesarea: De la familia
del Señor vivían todavía los nietos de Judas,
llamado hermano suyo según la carne, a los cuales delataron
por ser de la familia de David. El evocato los condujo a presencia
del césar Domiciano, porque éste, al igual que Herodes,
temía la venida del Mesías (Historia Eclesiástica
III,30,1).
Es un dato de importancia que todos los hermanos de Jesús llevaran nombres de los grandes patriarcas de Israel: Jacobo (Jacob), Judá, Simeón, José. Él mismo se llamaba como el sucesor de Moisés: Josué, y su madre tenía el nombre de la hermana del héroe del Éxodo: Miriam. Según se puede observar en las Escrituras, no fue común usar los nombres de los próceres bíblicos hasta la rebelión de los macabeos (175-163 a.C.). Por entonces, muchos judíos de Palestina -especialmente en las áreas rurales- habían reaccionado ante la persecución helenista siria con un resurgimiento del sentimiento religioso nacional. Es posible que desde entonces se hubiera hecho cada vez más común la costumbre de dar a los hijos los nombre de los grandes héroes del pasado. Esta costumbre debió afectar sensiblemente a los galileos, entre quienes el judaísmo tuvo que vivir durante siglos junto a una fuerte influencia pagana. Por eso es muy probable que el hecho de que toda la familia de Jesús tuviera nombres patriarcales indique su participación en ese renacimiento de la identidad nacional y religiosa judía.
Dentro de esta misma perspectiva,
puede pensarse también en una cierta afinidad con el fariseísmo.
De hecho, los primitivos
testimonios cristianos hacen pensar que el más conocido
de los hermanos de Jesús haya sido fariseo, o por lo menos
haya
gozado de la simpatía de ellos. En efecto, Pablo identificaría
a los creyentes partidarios de la circuncisión como los
del grupo
de Jacob (Gal 2:12), los mismos que en el libro de los Hechos
son señalados como los de la secta de los fariseos que
habían abrazado la fe (15:5). Son los mismos que le advertirán
a Pablo que ellos no son pocos: miles y miles de judíos
han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley
(21:20).
También la noticia que
Josefo proporcionó sobre su martirio estaría confirmando
que Jacobo llegó a gozar de gran prestigio
entre los fariseos, ya que éstos reaccionaron contra los
saduceos que le dieron muerte: "El sumo sacerdote Anás
convocó a los jueces del sanedrín y trajo ante ellos
al hermano de Jesús llamado Cristo -su nombre era Jacob-
y a algunos otros. Los acusó de haber violado la ley y
los entregó para que los lapidaran. Todos los habitantes
de la ciudad que eran considerados como los más equitativos
y estrictos cumplidores de las leyes se indignaron por ello y
enviaron secretamente a pedir al rey que no dejara obrar de esta
forma a Anás; en efecto, decían, no ha actuado correctamente
en esta primera circunstancia. Algunos de ellos salieron incluso
al encuentro del gobernador Albino que venía de Alejandría
y le informaron de que Anás no tenía derecho a convocar
el sanedrín sin su permiso. Convencido por estas palabras,
Albino escribió enfadado a Anás amenazando con castigarle"
(Antig. XX,200-203).
Las características generales de los fariseos cuadran perfectamente con la imagen de Jacobo que nos fue transmitida, y hasta con la del mismo Jesús. Los fariseos habían surgido de entre el laicado popular y eran el partido del pueblo. No eran por origen ni sacerdotes ni hombres ricos. Eran, más bien pequeños comerciantes, artesanos y campesinos que vivían de su trabajo. Los maestros de la Ley, en este sentido, no dejaban de insistir en la necesidad de aprender un trabajo manual: Quien no le enseñe a su hijo un oficio manual, le está enseñando a robar (Talmud de Babilonia, Quiddushim 30b). En la época de Jesús la mayoría de los doctores de la Ley ejercían una profesión. Por ejemplo, sabemos que en Corinto el fariseo Pablo conoció a un matrimonio judío y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas (Hech 18:3).
Los fariseos gozaban del favor popular: "Tenían conquistado crédito ante el pueblo y todas las cosas divinas, las oraciones y las ofrendas de sacrificios se cumplían según su interpretación. Las ciudades habían rendido homenaje a tantas virtudes, aplicándose a lo hay de más perfecto en ellos tanto en la práctica como en la doctrina" (Josefo, Antigüedades XVIII, 14). Según los evangelios la gente los saludaba en las plazas y llamaba respetuosamente Rabbí a los más instruidos de entre ellos (Mt 23,7). Ése habría sido también el trato recibido por Jesús: Nicodemo fue donde Jesús de noche y le dijo: "Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro" (Jn 3:2).
Si la imagen que nos presentan
los evangelios es tan negativa, esto se debe a las controversias
que surgieron más tarde entre los fariseos y los cristianos,
prácticamente ya separados de la sinagoga. Sin embargo
consta también en los evangelios cierta
relación de amistad de Jesús con algunos fariseos,
ya que era invitado a comer en sus casas (Lc 7:36; 11:37; 14:1)
o era
visitado por alguno de ellos, como en el caso de Nicodemo (Jn
3:1).
EL PADRE Y EL LINAJE DE JESÚS
En el pasaje de Marcos que mencionaba
a la familia de Jesús en Nazaret no se decía nada
acerca del padre. Allí Jesús era
presentado como el artesano, el hijo de María (6:3). Esto
suscitó la pregunta de por qué los aldeanos se habrían
referido a
Jesús como hijo de María (ben Miryam), siendo que
la costumbre judía era llamar a los hijos por el nombre
del padre. Los
intentos de respuesta han sido muy variados:
1- Podría tratarse de una
afirmación implícita de la concepción virginal
de Jesús. Sin embargo, la concepción virginal de
Jesús
no es mencionada nunca por el evangelio de Marcos, que carece
de un relato de su infancia y que no muestra la menor huella
de tal creencia. Los relatos sobre un nacimiento sobrenatural
de Jesús aparecen recién en los evangelios de Mateo
y Lucas, y
constituyen un desarrollo posterior a Marcos.
2- Podría tratarse de una
insinuación de los aldeanos de Nazaret respecto a la filiación
ilegítima de Jesús. Pero esta interpretación
encuentra apoyo sólo en noticias tardías. Así,
el pagano Celso se hacía eco (alrededor del año
178) de una
tradición judía sobre el nacimiento de Jesús:
había salido de una aldea de Judea y nacido de una mujer
del país, una pobre costurera... la madre de Jesús
fue repudiada por el artesano que la había pedido en matrimonio,
por haber sido convicta de adulterio y haber quedado embarazada
por obra de un soldado llamado Panthera... echada por su marido,
vagabundeando indecorosamente, dio a luz a Jesús en secreto;
éste se vio obligado por la pobreza a ir a servir a Egipto,
donde adquirió la experiencia de ciertos poderes mágicos
de los que se ufanan los egipcios; volvió de allí,
lleno de orgullo por esos poderes y, gracias a ellos, se proclamó
Dios (cf. Orígenes, Contra Celso I,28.32).
Este relato de Celso manifiesta una clara dependencia respecto al evangelio de Mateo, donde también se habla de la angustia del artesano, de la huída a Egipto y de los magos. Por lo tanto, lo más probable es que el relato de Celso no fuera otra cosa que una parodia judía del relato cristiano de la concepción virginal: a través de un juego de palabras el Jesús hijo de la Virgen (gr. hyíos toy parthenos) habría sido transformado en hijo de Panthera (hebr. ben Panthera). Al respecto, el erudito judío J. Klausner afirma: En boca de los judíos y paganos que se oponían al cristianismo, las historias primitivas pasaron a ser motivos de ridículo: las nobles cualidades que los discípulos encontraban en Jesús eran interpretadas como defectos, y los milagros que se le atribuían, como prodigios horribles e indecentes (Jesús de Nazaret, p.19).
* La respuesta más sencilla
y satisfactoria sobre el silencio respecto al padre de Jesús
sería que éste ya no vivía cuando Jesús
visitó Nazaret como profeta. Los habitantes de la aldea
simplemente hicieron referencia a los parientes de Jesús
que aún vivían entre ellos, para recordar lo ordinario
de su origen frente a todo lo extraordinario que él manifestaba
en sus dichos y acciones: "¿De dónde le viene
ésto? Y ¿qué sabiduría es ésta
que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
(Mc 6:2).
A pesar del silencio de Mc 6:3,
Mateo y Lucas sí dejaron consignado el nombre del padre
de Jesús: Su madre, María,
estaba desposada con José (Mt 1:18). Tenía Jesús,
al comenzar, unos treinta años y era, según se creía,
hijo de José (Lc 3:23).
De la versión que transmitió
Mateo respecto a la visita a Nazaret se desprende que el oficio
de su padre sería el mismo, y de él seguramente
lo habría aprendido Jesús: ¿No es éste
el hijo del artesano (tekton)? (13:55). Puesto que el oficio de
tekton
abarcaba el trabajo de la madera y también de la piedra,
tal vez José fuera uno de los tantos artesanos empleados
en la
reconstrucción de Séforis, destruida en el 4 a.C.
La mención en los evangelios
del artesano José y del artesano Jesús hacen recordar
una historia narrada en el Talmud. Un
hombre había llegado a un pueblo buscando a alguien que
pudiera resolverle un problema. Al preguntar si allí vivía
algún rabbí, le respondieron que no. Entonces preguntó:
Hay un artesano entre ustedes, el hijo de un artesano que pueda
ofrecerme
una solución? (Abbodá Zará 3b). Esto parecería
indicar que el artesano en un caserío como Nazaret era
la persona mejor
calificada para las cuestiones relacionadas con la interpretación
de la Ley. La posibilidad de que José y Jesús estuviesen
capacitados para ese tipo de consultas bien podría compaginarse
bien con la caracterización de justos que recibieron tanto
el
padre como uno de los hermanos de Jesús: José (Mt
1,19) y Jacob (cf. Antig. XX,200-203; Eusebio, Hist. Ecles.
II,23,4-5.9-10).
Los evangelios relatan una cierta
proclamación mesiánica durante la última
pascua de Jesús: La gente que iba delante y
detrás de él gritaba: "¡Hosanna al Hijo
de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en las
alturas!" Y al entrar él en Jerusalem, toda la ciudad
se conmovió. "¿Quién es éste?"
decían. Y la gente decía:
"Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea"
(Mt 21:9-11). La pregunta denota el desconocimiento de la identidad
de Jesús por parte de los habitantes de Jerusalem, siendo
sólo los acompañantes de Jesús quienes lo
reconocen como heredero de David: Cerca ya de la bajada del monte
de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos
de alegría, se
pusieron alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros
que habían visto (Lc 19:37). Aunque en el grupo de los
peregrinos algunos juzgaron como imprudente tal aclamación:
Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le
dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos"
(Lc 19:39). Tal reconocimiento de los discípulos ¿está
significando que la
familia de Jesús se atribuía la descendencia davídica
o se trataba simplemente de un postulado mesiánico?
Parece bastante probable que el
origen de Jesús fuera verdaderamente davídico. En
efecto, Pablo se había encontrado en
Jerusalem con el hermano del Señor, cuando subió
para conocer a Pedro (Gal 1:19). Por tanto, la afirmación
tradicional de
que Jesús había nacido del linaje de David según
la carne (Ro 1:3) Pablo habría podido confirmarla personalmente
a
través de una fuente directa. Por otro lado, sería
un poco absurdo que los parientes de Jesús hubieran afirmado
una falsa
descendencia davídica, considerada por el emperador Domiciano
como sospechosa de pretención mesiánica (cf. pág.
16).
Sin embargo, los adversarios de
Jesús le objetaban que era imposible que él fuese
el Mesías, puesto que, como ellos
insinuaban, en Jesús no se cumplían ninguna de las
dos condiciones anunciadas por las profecías: "¿Acaso
va a venir de
Galilea el Mesías? ¿No dice la Escritura que el
Mesías vendrá de la descendencia de David y de Betlehem,
el pueblo de donde era David? (Jn 7:41-42). Si afirmamos que Jesús
nació verdaderamente en Betlehem, debemos admitir que este
dato era ignorado por muchos de sus contemporáneos o que
la familia lo negaba expresamente. A la vez, esta negación
sería totalmente comprensible mientras reinaran otras dinastías
en Israel y, sobre todo, durante la rebelión contra Roma:
admitir
la pertenencia a un linaje real habría significado un grave
peligro.
Por lo demás, aunque divergentes
entre sí, la presentación de la genealogía
de Jesús tanto en el evangelio de Mateo como en el de Lucas
estaría mostrando una conciencia davídica en la
familia de Jesús. A favor de esta afirmación encontramos
el
testimonio de Julio el Africano en el siglo III: En realidad,
unos pocos, cuidadosos, que tenían para sí registros
privados
o que se acordaban de los nombres o los habían copiado,
se gloriaban de tener a salvo la memoria de su nobleza.
Ocurrió que de éstos eran los que mencionamos antes,
llamados despósynoi (del gr. despotes= jefe o señor)
por causa
de su parentesco con la familia del Salvador y que, desde las
aldeas judías de Nazaret y Kohaba, visitaron el resto
del país y explicaron la precedente genealogía (Eusebio,
Hist. Ecles. I,7,14).
El hecho de que otros personajes
no davídicos hayan sido proclamados mesías sin dificultad
demuestra que la familia de Jesús no tenía necesidad
de inventar su descendencia de David para justificar el mesianismo
de Jesús. Rabbí Aquiba llegaría a
proclamar a Bar Kokhbá (= hijo de la Estrella; cf. Nm 24,17)
como Mesías, sin que fuera del linaje de David, y como
Mesías éste fue seguido por una gran multitud en
la rebelión contra Roma del año 132 d.C.
Resumiendo todo lo dicho hasta
ahora: no sólo la convivencia con el Bautista, sino también
todo el ambiente geográfico y
cultural galileo, la constitución de su familia y la creencia
de que el Mesías debía proceder del linaje de David
pudieron haber
influido en el entorno de Jesús y en la formación
de su carisma.
Adam Smith, G; geografía
histórica de la Tierra Santa, Valencia, 1985; Bagatti,
B., The Church from the Circumcision. History
and Archaelogy of the Judaeo-Christians, Jerusalem, 1984; Bornkamm,
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testigo judío de la Palestina del tiempo de los apóstoles,
Estella, 1982; Jesús de Nazaret, Barcelona, 1991; Kutzmann,
R.- Dubois, J-D; Schürer, E.-Vermes, G., Historia del pueblo
judío en tiempos de Jesús, Madrid, 1985; Theissen,
G., Colorido local y contexto histórico en los evangelios,
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