Marcos
El estudio del aporte redaccional permite descubrir un pensamiento propio del autor, es decir, aquella adaptación del único mensaje del Evangelio para la utilidad de las distintas comunidades. Esta utilidad era precisamente lo que movía al autor a escribir una versión propia a pesar de existir otras anteriores. Y esta intención del autor y la comparación de otros documentos con su obra nos permiten conocer también algo de lo que sucedía en la comunidad a la cual estaba dirigido el evangelio.
En la primera parte el autor va presentando a Jesús como un hombre semejante a cualquier otro, pero que hace cosas extraordinarias que crean interrogantes en la multitud. Sin embargo, Jesús no responde a estos interrogantes. Los que presencian los milagros y enseñanzas de Jesús, al principio se entusiasman. Pero poco a poco se va perdiendo el entusiasmo, y en cambio va creciendo la agresividad de parte de sus adversarios hasta, terminar en una confabulación para darle muerte. Los discípulos también participan en cierto modo de este clima de incredulidad. De esta forma Jesús queda completamente solo en medio de la hostilidad creciente de los demás.
Al final de la primera parte (8:27ss), ante la confesión de fe de Pedro, Jesús les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. Para destacar la realidad dolorosa de la vida de Jesús el autor recurre a un secreto mesiánico, que está presente a lo largo de todo el evangelio. Jesús solamente revela el misterio de su persona en dos momentos culminantes. Hay, entonces, un secreto voluntariamente mantenido por Jesús, que ya se comienza a revelar. Durante esta primera parte del evangelio hubo muchos milagros y poca enseñanza a la gente, y Jesús se negó, a dejar transparentar la gloria que irradiaba a través de los milagros.
Después de la confesión
de Pedro, ante la incomprensión de la gente, Jesús
enseña sólo a sus discípulos el verdadero
carácter de su unción. Una vez que los discípulos
han llegado a comprender que él es el Mesías, entonces
explica en que consiste eso: el dolor, el sufrimiento y la muerte.
Jesús reprende con palabras muy duras una intervención
de Pedro: "quítate de mi vista, Satanás, porque
tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres"
(8:32-33). Queda de manifiesto qué es lo que entendía
Pedro por Mesías: un Mesías que no debía
sufrir.
A partir de esto, Jesús llama a la gente y a los discípulos para invitarlos a seguirlo, pero para ello hay que cargar con la cruz. Pero en la escena siguiente (9:7) Jesús se manifiesta transfigurado delante de algunos de los discípulos y la voz de Dios proclama: "Este es mi Hijo amado, ¡escúchenlo!" El camino de la cruz de Jesús tiene su término en la gloria de Dios. De la misma manera, los hombres que siguen a Jesús por ese camino llegarán a la gloria con El.
Al ser llevado al tribunal, Jesús mismo da una respuesta que sirve de testimonio para que lo condenen a muerte por haber blasfemado: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo Bendito de Dios?... Sí, lo soy" (14:61-62).
La muerte de Jesús está narrada de una manera muy simple: "Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró" (15:37). Jesús muere como cualquier hombre torturado, sin ningún fenómeno extraordinario a su alrededor. Pero el centurión que estaba frene a El, al ver que había expirado de esa manera dijo: "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". El hace su confesión sin ver signos, mientras que los adversarios dicen: "que baje de la cruz para que veamos y creamos" (15:32). Los que exigen signos extraordinarios no creen. A la vez que enseña que Jesús es Mesías e Hijo de Dios, el autor muestra que para creer no hay que exigir milagros o intervenciones fantásticas de Dios. Hay que creer encontrando a Jesús en medio del sufrimiento.
La fe que exige el autor es una fe sin pruebas. Se advierte en el texto un público de creyentes afligidos, tentados de pedir a Dios intervenciones extraordinarias. Lo que, se les muestra, sin embargo, es un Jesús sufriente e incomprendido como ejemplo para ellos de servicio a Dios. Por eso también omite los relatos de las apariciones de Jesús. Sobre la resurrección lo único que hay es el mensaje de un joven que aparece con vestidura gloriosa en el sepulcro (14:51-52), y dice a las mujeres que Jesús ya no está allí porque resucitó (16:1-8).
¿Dónde podemos encontrar una comunidad afligida e incomprendida? Las comunidades de Siria debieron pasar graves dificultades durante la rebelión que enfrentó al pueblo judío con los habitantes paganos de Siria y Palestina. Sabemos de enfrentamientos en las ciudades de población mixta, de matanzas de judíos, de denuncia de familiares que no pensaban igual ante tribunales: Entre los que incitaban a la guerra y los que reclamaban la paz, se produjo un duro enfrentamiento. La pelea arreció primero en las familias, entre personas que habían vivido en armonía; luego los mejores amigos se lanzaron unos contra otros (Josefo, Guerra IV,132). Y a causa de su fe de origen israelita los paganos no distinguían bien de los judíos a los discípulos de Jesús; por ser incircuncisos los judíos los consideraban paganos. El Apocalipsis contenido en el capítulo 13 del evangelio refleja esta situación: "los entregarán a los tribunales, serán azotados en las sinagogas y comparecerán ante gobernadores y reyes por mi causa" (v.9); "se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y serán odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará" (12-13).
La destrucción del Templo parece no escapar como noticia bien conocida al autor: "No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida" (v2). Esa demolición era el cumplimiento de una predicción que ya habría sido hecha por Jesús, al igual que la guerra que la precedió (66-70 dC). Pero el autor habría sabido no sólo de la guerra, sino también de la amenaza de algo por venir: "Pero cuando vean la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lea, que entienda), entonces, los que están en Judea, huyan a los montes..." (v.14). La abominación de la desolación es, en el libro de Daniel. El sobreentendimiento aludido en el texto del evangelio puede ser el conocimiento de la cita escriturística por parte del lector, o el conocimiento de un rumor sobre la construcción de un templo pagano en el lugar del Templo de Jerusalén. Sabemos que ese temor era fundado pues el solar del templo ya había sido profanado mediante un acto sacrílego: los soldados romanos victoriosos habían ofrecido allí sus insignias y proclamado a Tito como emperador (Josefo, Guerra VI, 316).
El autor estaría explicando a sus lectores que ya Jesús no había previsto otra cosa distinta para sus seguidores: "Ustedes, pues, estén sobre aviso; miren que se los he predicho todo" (v.23).
Ante la terrible crisis de la guerra que conmovió a Siria y Palestina, muchos no dudan en festejar la proclamación de Vespasiano, el nuevo emperador que terminó con las guerras civiles en Roma y con la revuelta de oriente, restableciendo la paz: Más veloz que el pensamiento se difundió por oriente el mensaje del nuevo soberano, y todas las ciudades celebraron la buena noticia (euangelia) y ofrecieron sacrificios por su bienestar (Josefo, Guerra IV, 618). Llegaron muchas embajadas de toda Siria para rendirle homenaje (id. IV, 620). Pero para Marcos el verdadero euangelion no es la estabilidad política lograda bajo Vespasiano, sino el mensaje de Jesús de Nazaret, el Crucificado llamado a ser el soberano universal.
Una situación distinta plantea el obispo Papías de Hierápolis (120/130 dC): dice que el autor de este evangelio era compañero de Pedro. Marcos (¿el Marcos de Hch. 12:12; 13:5.13; Col. 4:10; Flm. 24; 1Pe 5:13?) habiendo sido el intérprete de Pedro, escribió exactamente, aunque no con orden, cuanto recordaba de las cosas dichas o hechas por el Señor (testimonio recogido por Eusebio de Cesarea en Historia Eclesiástica III, 39, 15). Marcos habría compuesto su evangelio en Roma, presumiblemente después del martirio de Pedro. Es por tanto la época de la persecución de Nerón. El auditorio del evangelio sería entonces un grupo de cristianos que muy pronto se encontraron con la prueba sangrienta de la persecución. Son conscientes de que ha venido el Mesías, de que ha comenzado el Reino de los Cielos, pero también ven que no hay una intervención de Dios para salvar a la comunidad que se encuentra en esta situación. El predicador debía dar una respuesta a todas estas preguntas. Sería tarea suya presentar al Cristo Viviente, Muerto y Resucitado, que respondiera a todos estos interrogantes. Siendo, además, el primero que pone por escrito en un evangelio las enseñanzas de Jesús existentes en las comunidades, la muerte de Pedro (testigo ocular de los hechos) debía ser una señal de alerta ante el peligro de que esas enseñanzas se perdieran o deformaran con el tiempo.
Mateo
Comparado con este evangelio,
Mateo se caracteriza por presentar los relatos despojados de lo
anecdótico, dando así un tono de solemnidad. Parece
advertirse un empeño en corregir y hacer más claro
el evangelio anterior. Las discusiones que abundan en este evangelio
sirven para dejar clara la tesis de que Jesús es un nuevo
Moisés y que en él se da el cumplimiento de la Ley
y de los Profetas.
Sin embargo, Jesús no es reconocido por su pueblo. Su unción
mesiánica tan transparente queda velada ante la incredulidad.
El autor muestra a Jesús sobrio en sus movimientos, autoritativo,
majestuoso: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios,
el Señor de la Iglesia. Su persona queda despojada de los
rasgos pintorescos que hacen tan vivo al evangelio anterior, pero,
en cambio, Jesús es invocado con frecuencia como Hijo de
Dios. La insistencia de Marcos sobre la falta de inteligencia
de los discípulos queda muy suavizada: el reconocimiento
por parte de ellos de la presencia mesiánica de Jesús
es la retroproyección de la fe de la Iglesia apostólica
al relato evangélico.
Podemos caracterizar este evangelio
como un drama en siete actos sobre la venida del Reino:
I- Los preparativos de la venida en la persona del Mesías
niño (1-2). Jesús aparece en la genealogía
como el descendiente de Abraham y de David, y por lo tanto como
el heredero de las promesas hechas a ellos por Dios (la promesa
a Abraham de ser cabeza de un pueblo numeroso y la promesa a David
de poseer el trono de Israel por siempre). Jesús es además
el Emmanuel anunciado por Isaías 7:14 (según la
septuaginta, que traduce virgen en lugar de mujer joven; Mt 1:18).
Jesús tiene los rasgos de Salomón (visitado por
reyes de Oriente, 1 Re 10:1-13; Mt 2:1-12) y de Moisés
(salvado de la matanza de los niños hebreos en Egipto,
Ex 1-2, Mt 2:13-23).
II- La promulgación de su programa en el Sermón de la montaña ante los discípulos y la gente (3-7). Jesús es anunciado y proclamado como Hijo de Dios (3:17 lo muestra como el siervo de YHWH que debía venir, Is 42:1). En las tentaciones se manifiesta cumpliendo la voluntad del Padre como verdadero Hijo (a diferencia de Israel en el desierto), y en el Sermón de la Montaña enseña a cumplir esa misma voluntad de Dios para poder recibir el Reino de los Cielos y poder ser también hijos de Dios. Es así un nuevo Moisés que proclama la Ley en el monte, la misma Ley mosaica, pero perfeccionada.
III- Su predicación mediante misioneros. Los milagros realizados por Jesús son las señales que acreditarán su palabra (8-9), y el discurso da las consignas a los misioneros (10). Queda a la vista, pues, el poder del Reino de los Cielos. Jesús tiene este poder y lo demuestra haciendo milagros y perdonando los pecados.
IV- Los obstáculos con los cuales el Reino tropieza de parte de los hombres (11-12). Según el plan dispuesto por Dios, ilustrado en el Discurso Parabólico (13), el Reino crece humilde y ocultamente. Jesús va a explicar de modo sencillo, a través de siete parábolas, el misterio del Reino. Los que no comprenden a Jesús, pero tienen buena voluntad, éstos seguirán profundizando en la parábola; los que no comprenden por falta de interés, sólo se quedan con un conjunto de relatos pintorescos.
V- Los comienzos del Reino en un grupo de discípulos, primicias de la Iglesia, con Pedro por jefe (14-17) y las reglas de esa nueva comunidad (18).
VI- Las crisis que preparan la llegada definitiva del Reino (19-23), anunciada en el Discurso Escatológico (24-25). A través de las parábolas y las discusiones se percibe el intento de los hombres por sofocar el Reino de los Cielos. Este Reino que llega con Jesús es puesto en peligro por personas que endurecen su corazón y que terminan tramando su muerte. El discurso de Jesús dice que a pesar de tantas oposiciones el Reino llegará a su consumación. Y esta consumación comienza con la resurrección del Señor. El ya está en la gloria y viene a este mundo como Juez universal: todos los hombres serán juzgados por la forma en que lo han recibido, tanto los que lo vieron humilde y no lo aceptaron, como aquellos que nunca lo vieron pero tuvieron oportunidad de ver a sus pequeños hermanos, es decir a sus discípulos (Mt 25: 40).
VII- La llegada del Reino por el dolor, y el triunfo por la pasión y resurrección (26-28). El autor pone de relieve la libertad con la que Jesús, que conoce la voluntad del Padre, acepta los padecimientos. Todos los sucesos de la pasión responden a un plan elaborado de antemano y que se encuentra en la Escritura. Son el camino previsto por el Padre para que Jesús llegue a ser constituido Señor de todo (28,18). Jesús es el Mesías, pero no el Rey Mesías esperado, sino el Hijo del hombre doliente y pobre que instaura el Reino mediante el sufrimiento y la obediencia a Dios, no por la espada (es exclusivo de Mateo el texto de que quien toma la espada perece por ella).
Todos los personajes importantes de la historia de la salvación son vistos en este evangelio como figuras de Jesús, como si todo lo dicho en la Escritura fuera como un esbozo que ahora se terminara de pintar. La comunidad receptora del evangelio era, por lo tanto, una comunidad que manejaba la Escritura y a la cual se le podía predicar usando el texto sagrado de Israel. Tenían las mismas preocupaciones que todos los judíos de la época: la llegada del Reino y del Mesías. Es, entonces, una comunidad integrada por creyentes de origen judío. El envío misionero de los apóstoles de Jesús está destinado más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel (10:6). Pero no falta un reconocimiento de la legitimidad de la misión a los paganos, como lo muestra el elogio de Jesús al centurión creyente: vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos (8:11).
Palestina o sus alrededores podría ser la cuna de este evangelio. Por Ga. 2:12 sabemos de la presencia de Pedro en Antioquía y de su enfrentamiento con Pablo, que le reprocha el haberse separado de los creyentes incircuncisos por temor a la opinión de los creyentes del grupo de Santiago. En esa ciudad, por tanto, es probable que los creyentes circuncisos, aunque guardaran cierta comunión con los otros creyentes, tuvieran su celebración de la cena separados de los incircuncisos (siguiendo la costumbre de no compartir la mesa con paganos; recordemos el reproche que en Jerusalén se hizo a Pedro por haber comido con el centurión Cornelio en Cesarea). Y, teniendo en cuenta que en Mateo se destaca la figura de Pedro, la proximidad con Siria es también una posibilidad de localización. Finalmente, la descripción de Galilea como al otro lado del Jordán (Mt. 4:15) ubicaría al evangelio al este del Jordán, con lo cual se sigue manteniendo con un poco más de precisión la localización en la zona de Siria-Palestina (¿tal vez Damasco o la Decápolis?).
El interés de mostrar el cumplimiento de la Escritura y la descendencia davídica de Jesús, unido a las discusiones con los escribas y fariseos, permiten relacionar el evangelio con una confrontación de los creyentes con las actividades legislativas de los rabinos en Yabné (después del 70 dC). Frente al intento fariseo de purificar la fe centrándose en la Ley contra las desviaciones de los apostatas y los minim (los grupos señalados como heterodoxos), los judíos creyentes en Jesús manifiestan que no son apostatas, sino los auténticos judíos. Su fe en el Mesías Jesús no es una ruptura con el pasado, sino la consumación en plenitud de ese pasado. Basándose en Marcos, en la colección de dichos de Jesús y en enseñanzas propias de su comunidad, algún maestro de entre ellos compuso una actualización del evangelio anterior, útil para esa situación..
Mateo (y sólo él entre los demás evangelistas) llama a la comunidad de los creyentes en Jesús "ekklesía" (Iglesia). Es la designación que se hizo más popular con el tiempo. Refleja la espiritualidad del Éxodo, que muestra cómo Israel llegó a ser un pueblo. En efecto, en Dt 23:2 la versión griega de los LXX tradujo, para describir a Israel en el desierto, el término hebreo qahal ("asamblea") por "ekklesía". Pero, como Israel se había agrupado en torno a sus dirigentes fariseos, los antiguos privilegios de Israel han pasado ahora a la comunidad de los creyentes.
Según Mateo, los dirigentes fariseos ya antes habían rechazado a Jesús. El capítulo 23 los pinta de una manera muy desfavorable. Sin embargo, otras testimonios nos transmiten una imagen distinta del trato que los fariseos tuvieron con Jesús y con los que creyeron en él. Más allá de separarse en la interpretación de la Ley, llegó a existir cierta relación entre Jesús y algunos fariseos que lo invitaban a sus casas (Lc 7:36; 11:37; 14:1) o que lo visitaban, como Nicodemo (Jn. 3:1). Y un fariseo llamado Gamaliel defiende a los discípulos de Jesús ante el Sanhedrín (Hch. 5:34). Muy probablemente, la imagen del enfrentamiento con los fariseos que muestra Mateo 23 está más de acuerdo con aquellas controversias sostenidas entre creyentes y rabinos a partir de YHWH, que con las discusiones que Jesús tuvo con los escribas de su tiempo.
Papías de Hierápolis atestigua que el autor de este evangelio es Mateo, quien reunió las palabras del Señor en lengua hebrea, y luego cada uno las interpretó lo mejor que sabía (citado en Historia Eclesiástica III, 39,16). Y Eusebio de Cesarea completa el dato (Hist. Ecles. III, 24,6), diciendo que Mateo predicó a los hebreos y les dejó, al salir de Palestina, su evangelio compuesto es su lengua natal. Este Mateo es identificado por la tradición con uno de los Doce, que sería el publicano Leví, llamado por Jesús a su seguimiento. Tal vez la comunidad en la que se escribió el evangelio guardaba alguna relación cercana con aquel Mateo que había pertenecido a los Doce.
Lucas
El tercer evangelio difiere de
los otros por su extensión: mientras que los demás
terminan con la Resurrección de Jesús, Lucas se
extiende con la predicación apostólica, para terminar
recién con la llegada de Pablo a Roma. Así tenemos
un libro escrito en dos partes. Para comprender su mensaje siempre
es necesario tener presente sus dos partes.
El evangelio es presentado como una larga subida a Jerusalén.
Insiste en el término de este viaje porque allí
tienen que cumplirse las Escrituras (18:31) y allí tienen
que permanecer los discípulos después de la ascensión
hasta recibir el Espíritu Santo. Después de Pentecostés
el orden es inverso: Jerusalén pasa a ser el punto de partida
de la predicación a todas las naciones.
Para Mateo la vida de Jesús
es el centro que divide la época de las promesas y la época
de su cumplimiento. Para Lucas este cumplimiento se realiza, a
la vez, en el tiempo de Jesús y en el de la venida del
Espíritu Santo prometido por el Padre. Así, la historia
abarca tres períodos:
Lucas es el único de los evangelios que llama a Jesús el Señor. En este evangelio Jesús abre una perspectiva más universal a la salvación: su genealogía llega hasta Adán y no sólo hasta Abraham; menciona a personas extranjeras (samaritanos y paganos) como ejemplos a seguir; la predicación parte de Jerusalén, pero debe llegar a todo el mundo.
Jesús aparece muchas veces orando; hablando de la misericordia, del amor a los pobres. Un papel especial junto a Jesús lo ocupan las mujeres.
Jesús tenía que padecer, resucitar y en su nombre de debía predicar a todas las naciones (Lc 24:44-49).
Mientras que Mateo lleva la impronta de la vida de una comunidad, en el caso del tercer evangelio el autor es claramente un individuo. Su obra es, en cierto, modo una producción personal, un libro cuya redacción es una iniciativa suya. Esta iniciativa es puesta de manifiesto al comienzo de su obra, mostrando claramente su intención: he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo (Lc 1:3). La dedicatoria es también personal y no comunitaria, lo que no significa que no lo pueda leer nadie más. Al contrario, el no dirigirse a una comunidad local, aumenta aún más la perspectiva universalista que subyace en todo el texto. La redacción está dirigida a relatar los acontecimientos en que se basa la fe recibida por su destinatario (1:4).
En la segunda parte, la presentación resume el contenido del primer libro, y manifiesta la decisión de continuar el relato de cómo se fue transmitiendo la enseñanza que el mismo destinatario de la primera parte ha recibido (Hech 1:1-5).
La investigación diligente que declara, pudo consistir en el acopio de fuentes que tuviesen ya una autoridad reconocida: tal era el caso de Marcos, de la fuente de los dichos de Jesús que ya había utilizado Mateo, y otros materiales que no habían llegado hasta Mateo.
Sustancialmente sigue a Marcos en su orden, corrigiendo con mucho arte la redacción y la presentación de los discípulos, ganando el texto mucha unidad. Desaparece así el carácter fragmentario y yuxtapuesto de Mc, y la imagen tan ruda de los discípulos de Jesús. Interrumpe el relato de Marcos con una sección importante de material añadido (la subida de galilea a Jerusalén), para retomarlo posteriormente.
El autor demuestra tener un conocimiento del mundo mediterráneo, y en muchas partes de Hechos (al describir el último viaje de Pablo a Jerusalén y su viaje cautivo a Roma) el relato es redactado en primera persona plural. El relato de Hechos termina en Roma con la noticia del tiempo transcurrido del arresto domiciliario romano. No menciona el martirio, con lo cual supone un período posterior de vida para Pablo, pero tampoco dice nada acerca de sus actividades. ¿Habría el autor partido de Roma para esa fecha? Una noticia antigua de un Prólogo a Lucas (siglo II) recogida por Eusebio (Histor. Ecles. III, 4,6) afirma que Lucas y Hechos fue escrito por Lucas, médico y discípulo de Pablo, que procedía de Antioquía de Siria.