SIMÓN PEDRO
 
Miguel Rosell
 
Simón, un sencillo pescador de Galilea, de la ciudad de Betsaida (Jn. 1: 44), casado (Marcos 1: 30), fue llamado por Jesús de Nazaret, junto con su hermano Andrés para ser <<pescador de hombres>> (Mt. 4: 18, 19). Fiel en todo, algo cabezota e impulsivo, Simón, siempre al lado del Maestro, estaba decidido a seguirle por donde Él fuera.
 
Como uno más de los discípulos del Señor, Simón pasó tres años y medio junto a Jesús, aprendiendo de El, del Reino de los cielos, conviviendo con el Maestro y con el resto de sus de sus compañeros, y recibiendo una revelación del Padre que cambiaría su vida. Elegido apóstol de Jesucristo; días después de la Ascensión del Mesías aquel día de Pentecostés en Jerusalén, Simón Pedro, lleno del Espíritu Santo, predicó, y se convirtieron a Cristo, y se bautizaron como 3.000 personas (Hchs. 2). Dios usó poderosamente a Simón Pedro, buen ejemplo de fidelidad y entrega para cada discípulo de Cristo.
 
La confesión de Simón
 
En el Evangelio según San Mateo, leemos así: <<Viniendo Jesús a la región de Césarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y Yo también digo, que tú eres Pedro (petros: piedra), y sobre esta Roca (Petra), edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella , y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos >>. (Mateo 16: 13-19).
 
Jesús estaba esperando que el Padre Celestial diera a alguno de sus discípulos la revelación de Quien era El. Jesús no pretendía convencer con argumentos humanos a sus discípulos acerca de Su Divinidad; esperaba que el Espíritu Santo les diera dicha revelación.
 
Esta misma revelación es la que recibe la persona que se vuelve a Dios con todo su corazón; esto produce la conversión verdadera, y produce la verdadera entrada a la Iglesia de Jesucristo.
 
Esta revelación no puede ser producto del simple pensamiento natural humano, fruto de su intelectualidad o estudio, o simple aceptación por imposición o fe ciega. Como tal revelación, sólo puede ser dada. El Dador de ella es el mismo Dios por Su Espíritu. Simón Pedro no era mejor o más especial que el resto de los discípulos de Cristo, solamente fue el primero en recibir la revelación de que Jesús de Nazaret era el Mesías, ¿por qué?, porque es Dios quien escoge, no el hombre: << lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte>> (1 Corintios 1: 27). Muchas veces Dios da las mayores revelaciones de Sí mismo a aquellos que son desestimados y despreciados por la sociedad, ¿por qué?, porque <<lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su presencia>> (1 Corintios 1: 28, 29). Ningún hombre podrá nunca enaltecerse a sí mismo, ni será enaltecido por otros en la presencia de Dios, ¡el Altísimo escogió a un simple pescador inculto para darle, a él primero, la revelación más importante del universo, que Dios se había hecho hombre en la persona de Jesús de Nazaret!
 
Jesús animó a su amigo Simón, llamándole Petros que significa piedra. Jesús le veía firme como una piedra a pesar del concepto muchas veces pobre que Simón Pedro tenía de sí mismo. Sin embargo, Jesús no le llamó por primera vez así a Simón. El Maestro ya le había puesto ese sobrenombre en el momento en que le conoció por primera vez (ver Juan 1: 42); así que en todo el tiempo que el Maestro estuvo con su discípulo le llamaba Cefas, que en arameo significa piedra.
 
En cuanto a las <<llaves>>, y al poder para <<atar o desatar>> del versículo 19 de esa porción de Mateo 16, nótese el marcado uso rabínico de dichos términos. Al igual que a los demás apóstoles (Mt. 18: 18), y por extensión, a todos los verdaderos cristianos (1 Pedro 2: 9, 10), el Señor Jesús le dio a Simón Pedro la <<llave del conocimiento>> mediante la predicación del Evangelio, por la cual el hombre pecador tiene acceso a la salvación, o se encierra en su propia condenación (Jn. 3: 16-21). La otra llave es la <<llave de la autoridad espiritual>>, por la cual podía atar y desatar en el mundo espiritual. Que estas dos funciones no implican una autoridad personal sobre la Iglesia, queda claro por las palabras <<llaves del Reino de los cielos>>, y no "llaves de la Iglesia".
 
En otras palabras, y resumiendo: (a) fue Simón Pedro el primero en recibir de parte de Dios Padre la revelación de que Su Hijo Jesús, y sólo Él, es la Roca sobre la que iba a fundar Su Iglesia, (b) Simón Pedro recibe las <<llaves>>, esto en términos rabínicos que los judíos conocían muy bien, quería decir lo siguiente: cuando el discípulo pasaba las pruebas, su maestro o rabino, le daba unas llaves que simbolizaban el acceso a la sabiduría y autoridad de su maestro. En este caso, Simón Pedro recibe de parte de su Maestro las <<llaves del Reino de los cielos>>, pero no él sólo como si de un privilegio exclusivo se tratase, sino también el resto de los apóstoles, para que vaya en consonancia con Mateo 20: 20-23,
 
<<Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre>> (ver también Mt. 18: 18).
 
Y a su vez, el resto de los creyentes, porque Dios no hace acepción de personas. Leemos en la Primera Epístola Universal de San Pedro, es decir, dirigida a todos los cristianos verdaderos: <<Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia>> (1 Pedro 2: 9, 10).
 
Justamente, las llaves que Simón Pedro recibiría de parte del Maestro eran las mismas que cada creyente verdadero recibe, y son para abrir el cielo a las gentes con la salvación que proporciona sólo el Evangelio de Jesucristo. Esas llaves las tiene la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo para llevar el Evangelio a toda criatura y para ejercer la autoridad Suya. Dicho sea de paso, la Iglesia de Jesucristo no es una organización centralizada, jerárquica, dogmática y visible. La Iglesia de Jesucristo es Universal, la suma de todos los verdaderos cristianos, los que han experimentado un <<nuevo nacimiento>> (Jn.3: 3) y son guiados por el Espíritu Santo. Jesús dijo que donde hubiera dos o tres reunidos en Su nombre Él estaría en medio de ellos.
 
La rehabilitación de Simón Pedro
 
Pero volvamos a Simón Pedro, Jesús le comisionó a servirle y a ser buen ejemplo y testimonio a sus compañeros. Jesús sabía que debía animarle de una forma especial porque unos días más tarde iba a pasar por una prueba de fe, e iba a fracasar. Esto fue cuando le negó tres veces (Mateo 26: 31-34). Después de ese fracaso, arrepentido Simón Pedro, el Maestro tuvo que animarle mucho más: <<Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Si Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas>> (San Juan 21: 15-19).
 
El Señor Jesús, ya resucitado, antes de volver al cielo quiere rehabilitar a su amigo Pedro. Simón Pedro le negó tres veces, (Mateo 26: 31-34), y Jesús públicamente le había anticipado que lo haría. Ahora, públicamente, le reitera la pregunta <<¿me amas?>>, Pedro le confiesa que sí le ama, tres veces, y así el futuro apóstol es rehabilitado públicamente.
 
El carácter de Simón Pedro
 
¿Por qué se tomó el Señor tanto cuidado en animar y corregir a su discípulo? Porque lo necesitaba, porque a pesar de su corazón para Dios, Pedro requería mucho trato en su carácter. ¿Cómo era Simón Pedro, cómo era su carácter y su comportamiento?. Los evangelios nos manifiestan bastante de todo ello:
 
En Lucas 5: 8, vemos que él mismo se veía imperfecto y necesitado: << Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador>>.
 
Tampoco fue precisamente un gran ejemplo de fe. Cuando empezó a caminar sobre las aguas ¿qué ocurrió?: << Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?>> (Mateo 14: 30, 31).
 
Era impulsivo, a veces no sabía de qué estaba diciendo, hablando cuando no debía. En el contexto de la Transfiguración de Jesús, cuando no debía hablar, exclamó diciendo: <<Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía>> (Lucas 9: 33).
 
Simón Pedro era orgulloso y empecinado. Cuando Jesús intenta lavarle los pies, él fue el único en poner objeciones: <<Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo>>(Juan 13: 6-8). ¡El Señor tuvo que usar de la amenaza para hacerle entrar en vereda!.
 
En el huerto de Getsemaní, cuando iban a apresar a Jesús, impulsiva y carnalmente, le corta la oreja a uno que venía a prender al Maestro: <<Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Juan 18: 10, 11). Simón Pedro, empezó una primera <<Cruzada>>, que el Señor impidió que prosperara.
 
Como ya vimos, negó a Cristo tres veces (Juan 18: 25-27), y consecuentemente, tiene gran remordimiento (Mateo 26: 75). Ya resucitado el Señor, cuando Este se les apareció en la playa del Tiberiades, después de las célebres tres preguntas sobre el amor de Pedro respecto al Señor (Jn. 21: 15-17), y después de hacerle saber de qué muerte iba a morir, es decir, con martirio (Jn. 21: 18, 19), paseando por la playa, Juan, el discípulo amado, les seguía, entonces Pedro al verle, le preguntó al Señor: <<y a este, ¿qué le va a pasar?...>> (Jn. 21: 21). La respuesta fue clara y tajante: <<Jesús le contestó:—Si quiero que él permanezca hasta que Yo vuelva, ¿qué te importa a ti?>> (Jn. 21: 22). Conociendo a Pedro, su impulsividad, su espíritu directivo, y que era un poco metomentodo por naturaleza, abruptamente el Señor le dice, como leemos en el evangelio, que no era asunto suyo lo que debía acontecer a Juan. Por extensión, Juan es aquí un tipo de todos los verdaderos y maduros discípulos de Cristo. En otras palabras, el Señor Jesús le está diciendo a Pedro: <<Pedro, ocúpate de tí mismo, de amarme, de cumplir con tu ministerio apacentando y pastoreando, es decir, cuidando de los recién convertidos que necesitan ser discipulados, y no te preocupes de Juan, es decir, de tus condiscípulos, porque de esos me ocupo Yo>>.
 
Esta es una gran lección para aquellos que se han considerado <<sucesores>> de Pedro según su solo interés e imaginación. Lo que Jesús le dijo a Pedro respecto a Juan: <<¿qué te importa a ti?>>, deberían aplicárselo a sí mismos.
 
Aun fue amonestado por el Señor una vez hacía ya tiempo que Éste había sido ascendido a los cielos. Leemos así en el libro de los Hechos de los Apóstoles: << ...Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta.
Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo>> (Hechos 10: 9-16). Pedro seguía siendo bastante cabezota, por lo visto.
 
Algunos dicen que Simón Pedro era así en el tiempo que convivía con el Maestro ya que el Espíritu Santo aún no había descendido sobre los discípulos. La realidad es que Pedro, al igual que todos los demás, seguía siendo imperfecto aun cuando el Espíritu Santo estaba ya en él; pero no sólo cabezota, también hipócrita, y esto no lo dice el autor de este artículo, sino el mismo apóstol San Pablo; sólo hay que ver la reprensión que éste le dirigió, y que está recogida en la Epístola a los Gálatas: <<Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar...>>.
De ello hablaremos más adelante de forma más extensa.
 
¿Roca sí, roca no?
 
Llegados a este punto; reconsideremos: ¿De verdad exaltó el Señor a Simón hasta el punto de llamarle la Roca sobre la que iba a edificar Su Iglesia? ¿Podrá un hombre, simple criatura de Dios, ser la Roca; la Piedra Angular sobre la que se sostiene el edificio que es la Iglesia de Jesucristo? Además de eso, ¿no dice la Biblia: <<No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación>> (Salmo 146: 3, 4); y añade: <<Así ha dicho Yahvé: Maldito el varón que confía en el hombre>> (Jeremías 17: 5)?.
 
¿Quién es la Roca entonces?...
 
En el cántico de la multitud de ángeles que alababan a Dios frente a aquellos pastores de Belén, decían: <<¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!>> (Lucas 2: 14) Había llegado el tiempo de tener <<buena voluntad para con los hombres>>. El Hijo de Dios había nacido de una virgen, María, por obra del Espíritu Santo en un pesebre (Mt. 1: 18), y venía al mundo a salvar a muchos. La buena voluntad
de Dios estaba poniéndose en marcha. La buena voluntad de Dios era salvar a todos los que estaban dispuestos a recibir la Roca en sus vidas. El pueblo de Dios, Israel, sabía y esperaba estas cosas. Todos en Israel sabían que el Mesías que había de venir era la <<Roca de Israel>>. Encontramos en el Pentateuco lo siguiente: <<El es la Roca, cuya obra es perfecta...>> (Deuteronomio 32: 4), <<Yahvé es mi Roca y mi fortaleza...>> (2 Samuel 22: 2). Los primeros cristianos, tanto de procedencia judía como gentil, al igual que nosotros, sabían Quién es la Roca: <<y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la Roca espiritual que los seguía, y la Roca era Cristo>> (1 Corintios 10: 4)...
...¡y la Roca era Cristo! (1 Corintios 10: 4)
 
¿Por qué Cristo se llama a Sí mismo la Roca?, porque es Dios. Él es el fundamento (leer Lucas 6: 46-49). El apóstol San Pablo no sólo dice que Jesucristo es el fundamento; además dice que no puede haber otro fundamento: <<Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo>> (1 Corintios 3: 11).
 
Además de la enseñanza bíblica, la cual es fundamental, cabría añadir aquí lo que enseña la tradición de los Padres de la Iglesia. Entre los doctores de la antigüedad cristiana, San Agustín de Hipona escribe, refiriéndose al pasaje de Mateo 16: 13-18: <<¿Qué significan las palabras edificaré mi Iglesia sobre esta Roca?: Sobre esta fe, sobre eso que me dices, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente>>.
 
En su tratado 124, San Agustín, añade: <<Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era la Roca>>. San Agustín creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: <<Tú eres Pedro, y sobre esta Roca (piedra), que tú has confesado; sobre esta Roca que tú has reconocido diciendo: tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia; sobre Mí mismo, que soy el Hijo del Dios vivo, la edificaré, y no Yo sobre ti>>.
 
Estas son palabras de uno de los principales Padres de la Iglesia. Pero esa no sólo fue la conclusión de San Agustín de Hipona, sino de San Cirilo, San Hilario, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Braulio. En una palabra, ni los concilios de los tres primeros siglos de la Iglesia cristiana, ni los Padres de la Iglesia entendieron jamás que la Iglesia de Jesucristo hubiere de estar edificada sobre Pedro, un simple mortal. ¡No podía ser de otro modo!.
 
El mismo Simón Pedro, dice que Cristo es el Pastor y Obispo de nuestras almas, y no él: <<Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas>> (1 Pedro 2: 25).
 
Leemos en el libro del profeta Isaías: <<Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que Yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable...>> (Isaías 28: 16). Ya profetizado 730 años antes de Su nacimiento virginal, Jesucristo es el fundamento, la Roca, la piedra angular. Este es el fundamento de nuestra fe (1 Pedro 2: 5). ¡No hay otro fundamento!. Ningún hombre puede ni de lejos pretender representar a Cristo, excepto el Espíritu de Cristo mismo a través de los cristianos (Romanos 8: 9). El mismo Juan el Bautista dijo: <<Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado...>> (Lucas 3: 16). Juan el Bautista, el gran profeta de Dios, del cual Jesús dijo que entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que él, ni siquiera era digno de tocar Sus sandalias. Esto deja bien claro que ningún hombre puede asumir el fundamento que sólo Cristo puede y debe, y menos aún, estos que se llaman a sí mismos <<sucesores>> de San Pedro.
 
El Señor Jesús jamás podría haber dicho que Simón Pedro era la Roca, porque hubiera negado la afirmación bíblica de que Él mismo es es la Roca o Fundamento, y que nadie más puede serlo, ni siquiera su buen amado discípulo Pedro. Jesucristo es la Roca sobre la cual edifica Su Iglesia. Encontramos en la Epístola de San Pablo Apóstol a los Efesios: <<Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y Él es su Salvador>> (Efesios 5: 23).
 
El mismo Pedro dijo en su primera epístola universal: <<Acercándoos a El (Cristo), Roca viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa...Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal Piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en El (Cristo), no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, El (Cristo) es precioso...>> (1 Pedro 2: 4, 6, 7). Así que el mismo Simón Pedro lejos de declarar ser él la Roca, o representante de la misma, declara que la Roca es Quien debe, y sólo puede ser: Jesucristo.
 
El mismo Jesucristo que, animando a Pedro en su futuro ministerio como apóstol le llama en griego Petros, que en español es piedra, como sinónimo de fortaleza (la cual iba a necesitar de parte de Dios), dice que todos los cristianos son también piedras. Esto declara el mismo apóstol en su primera epístola universal: <<vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo...>> (1 Pedro 2: 5). Así que no sólo Simón Pedro, sino todos los que creemos en la Roca que es Cristo, somos petros, piedras vivas. Juntos, componemos el Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12: 12-27), que es la Iglesia de Cristo, la cual es Universal.
 
¡Jesús llamó a Pedro, Satanás!
 
Si el Maestro declaró que Simón era Petros, unos versículos más abajo, en el mismo texto, paradógicamente, le llama Satanás. Seguimos leyendo en el Evangelio según San Mateo:
 
<<Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres>> (Mateo 16: 21-23).
 
Evidentemente Pedro no era Satanás, sino que estaba siendo confundido por un espíritu de engaño en ese momento, por el cual mostraba una aparente misericordia fuera de lugar y verdadero propósito, tratando de evitar que el Señor desobedeciera al Padre y no fuera a la cruz. ¡El mismo hombre al que Dios Padre le da la revelación de la Deidad de Cristo Jesús, unos momentos más tarde recibe una <<revelación>> o <<inspiración>> del diablo para tentar a Jesús!. No es que Simón Pedro fuera especialmente malo; lo que le pasó a él nos puede pasar a cualquiera. Jesús dijo que el diablo es <<padre de toda mentira>>, él no tiene ningún escrúpulo en vestirse como <<ángel de luz>> para engañar a muchos (2 Corintios 11: 14). El hombre es una criatura falible, y el diablo lo sabe. ¡Así es el hombre! El diablo se aprovecha y toma ventaja de nuestra naturaleza caída para ir en contra de Dios. El diablo tomó ventaja de la naturaleza caída de Simón Pedro para ir en contra de la voluntad de Dios. Esto sólo puede demostrar que, efectivamente, no se puede ni se debe confiar en el hombre sin más. Sólo Dios es digno de confianza. Dice el apóstol San Pablo en Romanos 3: 4,<<Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso...>> y añadimos, <<No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación>> (Salmo 146: 3, 4).
 
Sólo las Sagradas Escrituras que son la Palabra de Dios nos pueden preservar del error de los hombres; o del <<hombre>>.
 
Simón Pedro era un simple hombre, y como tal, falible. Simón Pedro no es una <<piedra sólida>>. Negó al Señor tres veces; perdió la fe cuando caminaba sobre las aguas; pocos minutos después de tener la revelación de Quién era Jesús, éste mismo le llama Satanás ¿Cómo puede el Señor Jesús construir nada menos que Su propia Iglesia sobre esta piedra tan resbaladiza que es Pedro?.
 
Escribe S. Olabarrieta: <<Pedro ha servido para vehiculizar desde el Padre la gran verdad de nuestra fe: <<Tú eres el Hijo de Dios>>, y sobre esta gran verdad, sobre esta piedra, esta roca firme, única, que sintetiza toda la obra del Padre en Su Hijo, es sobre la que Jesucristo, Su Hijo, va a edificar la auténtica, la única y verdadera Iglesia.>>
 
Sobre esa confesión de fe de Pedro dada por el Padre: <<Cristo Jesús es el Hijo de Dios>>, la Iglesia de Cristo está siendo levantada ¡no cabe duda!
SIMÓN PEDRO (Parte II)
 
El otro Consolador
 
Sólo Jesucristo, el cual es Dios que se hizo hombre, perfecto, sin mancha ni pecado alguno y justo, podía y puede llevar adelante esta empresa que es Su Iglesia. Pero, ¿qué iba a pasar después de que el Mesías padeciera, resucitara y fuera ascendido? ¿Quién iba a quedarse como Guía y Sostén de la Iglesia? ¿Quizás Simón Pedro?...¿Puede un hombre ser Cabeza de la Iglesia de Jesucristo? ¿Puede un hombre pastorear toda la grey de Dios como lo hizo Jesucristo, el Hijo de Dios, diciendo ser el Vicario de Cristo sobre la tierra?... Sinceramente, ¿Aún lo crees?.
 
Dijo Jesús: <<Si me amáis, guardad mis mandamientos, y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce...>> (Juan 14: 15-17).
 
Este Otro Consolador es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios. Sólo el Espíritu Santo puede asumir el lugar de Cristo en la tierra porque sólo El es capaz e infalible.
 
El Espíritu Santo es el verdadero Vicario de Cristo, ya que está con nosotros, y en nosotros, los que creemos, para fortalecernos, guiarnos, animarnos, hacernos entender las Escrituras, llevarnos a toda verdad (1 Corintios 3: 16; 6: 19; Romanos 8: 9). La realidad es que el Espíritu Santo, la tercera Persona de Dios, está fortaleciendo a cada discípulo, cada piedra viva que forma la Iglesia de Cristo, que es Su Cuerpo. Cristo, la Roca, o Piedra Angular, es la base de todo ese edificio.
 
Leemos así en Efesios 2: 19-22, refiriéndose a los creyentes y a Cristo: <<Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en Quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en Quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu>>. ¡Esta es la Iglesia del Señor Jesucristo!.
 
¡Dios, por Su Espíritu mora en cada verdadero creyente! Este privilegio gozaba Simón Pedro; pero no era exclusivo para él. Esta bendición es para todos y cada uno de los que hemos recibido por la fe a Cristo Jesús en nuestras vidas como nuestro Salvador y Señor.
 
¿Fue Pedro el primer obispo de Roma?
 
Según los Hechos de los Apóstoles, Pedro se quedó en Jerusalén después de la muerte de Esteban. Pablo, diecisiete años después de su conversión (que no ocurriría sino años después de la ascensión del Señor a los cielos), encontró al apóstol Pedro ejerciendo todavía su ministerio en Jerusalén y alrededores (Gálatas 1:18 y 2:1). Entonces convinieron los dos apóstoles, juntamente con Jacobo y Juan, que Pedro dirigiría la obra entre los judíos, y el apóstol Pablo entre los gentiles (Gálatas 2:7-10).
 
Esta división de territorios excluye la posibilidad de que Pedro ejerciese ningún pastorado en Roma, y menos que durase 25 años como dice la tradición romanista ya que para ello no solamente habría tenido que faltar a lo expuesto en la Biblia, sino que su muerte habría tenido que ocurrir por lo menos 90 años más tarde de la fecha en que dicha tradición, a que nos hemos referido, fija el tiempo de su muerte.
 
Cerca del año 58, San Pablo escribe su Epístola a los Romanos. Según la tradición católico-romana, Pedro llevaría dieciseis años como pontífice en Roma, por aquel entonces. Al final de dicha Epístola, hay una lista de veintisiete cristianos de Roma a los cuales el apóstol envía saludos, poniendo alguna frase de elogio para cada uno de ellos...pero, ¡ay, que olvido! ¡Pablo no envía ningún saludo para el Papa San Pedro!, ¿es esto posible si Pedro hubiese sido en ese tiempo el Sumo Pontífice?. Como tres años después Pablo mismo llegó a Roma y muchos cristianos salieron a recibirle a una distancia de 25 Km., si Pedro hubiese estado en Roma, ¿no habríamos tenido alguna noticia del encuentro de estos dos grandes siervos de Cristo? Sin embargo ni una palabra de ello nos dice Lucas, el concienzudo autor de los Hechos de los apóstoles.
 
Sabemos que Pablo estuvo en Roma y escribió desde allí varias epístolas. En la carta a los Colosenses, escrita entre los años 60 al 64, el apóstol da los nombres de sus colaboradores, y añade: <<Estos solos me ayudan en el Reino de Dios>> (Colosenses 4:7-11). No obstante, entre ellos no se halla Pedro, cuando de haber sido el Sumo Pontífice debía figurar el primero, como sería lógico...¡pues ni mención de él!.
 
En su Segunda Epístola a Timoteo, escrita entre los años 65 al 67 en Roma, San Pablo respecto a su primera presentación ante Nerón, dice: <<En mi primera defensa nadie me asistió, todos me desampararon. Ruego a Dios que no les sea imputado>> ¿Podemos pensar que San Pedro fue uno de los que desampararon a su gran compañero de milicia siendo el obispo de Roma?, ¡mal asunto si así hubiera sido!
 
Poco antes de su muerte, como lo expresa cuando dice: <<Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano>>, el apóstol San Pablo envía por última vez a Timoteo saludos de cuatro cristianos destacados de Roma: Eubulo, Pudente, Lino y Claudia (2ª Timoteo 4:21), pero el nombre de Pedro tampoco aparece. ¡Sin embargo, ese Lino si llegó a ser obispo o pastor de Roma!
 
De todos estos hechos se deduce, de un modo indubitable, que Pedro nunca fue obispo de Roma, y que su pontificado de 25 años es una mera leyenda con una intencionalidad preclara.
 
Respecto al apóstol Pablo, notar que su interés primordial estaba en ir a predicar el Evangelio a Roma, y esto desde hacía ya mucho tiempo (cuando escribe su célebre epístola a los Romanos. Romanos 1: 11-13). Según la ética ministerial del apóstol, él nunca hubiera ido a edificar sobre fundamento ajeno, como él mismo dice:
 
<< Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán>> (Romanos 15: 19-21).
 
Pablo fue a predicar a aquellos a los que nunca antes se les había predicado. Esto excluye sobremanera el hecho de que San Pedro hubiera ido antes allí a predicar el Evangelio (sabiendo además que su llamamiento no era hacia los gentiles - los habitantes de Roma - sino hacia los judíos).
Por lo tanto, hay que descartar que San Pedro estuviera allí como obispo, (menos todavía como Papa, título y posición que la Biblia no reconoce ni menciona), más aun cuando el mismo Pablo se dirige en su epístola, no a una iglesia establecida, sino a unos cuantos creyentes recién convertidos (leer Romanos 1: 7).
 
Si se quiere conceder alguna veracidad a la tradición de que Pedro murió juntamente con Pablo en el monte Tíber en el año 67, tenemos que suponer que Pedro fue llevado preso a Roma poco antes de la fecha de su muerte y que el encuentro de los dos grandes apóstoles fue una gran sorpresa para ambos en aquel día memorable. Sin embargo, a pesar de que la tradición romana aseguraba que la tumba de San Pedro está en el Vaticano, en años recientes, la tumba del apóstol ha sido descubierta en Jerusalén, en el monasterio franciscano llamado <<Dominus Flevit>>. Por lo tanto, si Pedro no ejerció el obispado en Roma, mal podía nombrar a un sucesor, no existiendo además ningún documento del siglo apostólico que lo acredite, ya que en la Historia de Eusebio del año 314 d.C. y los escritos apostólicos más bien lo contradicen.
 
Un detalle interesante es el hecho de que Marcos escribiera su Evangelio por la instrucción de Pedro de lo cual tenemos la confirmación de Papías, mientras que ni éste ni nadie de los siglos I y II hace afirmaciones concretas respecto al obispado de Roma.
 
Del siglo II (en el año 96), tenemos una carta del obispo de Roma, Clemente, dirigida a los cristianos de la ciudad de Corinto, en la cual no se presenta a sí mismo como obispo de Roma y menos todavía como Jefe Universal de la Iglesia Cristiana, sino que dice: <<A la Iglesia de Dios que habita forastera en Corinto, a los llamados y santificados en la voluntad de Dios por nuestro Señor Jesucristo: Que la gracia y la paz se multipliquen entre vosotros de parte del Dios Omnipotente por mediación de Jesucristo>>. Ni siquiera da su nombre, sino que ofrece sus consejos de parte de una iglesia a otra iglesia hermana. Clemente no podía llamarse a sí mismo <<Papa>> o <<Sumo Pontífice>> o algo por el estilo, sencillamente porque eso no existía, ni siquiera en sus pensamientos.
 
Algunos se afanan en decir que Pedro fue pastor de Roma porque en su Primera Epístola Universal el apóstol dice así, a modo de despedida: <<La Iglesia que está en Babilonia elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan>> (1ª Pedro 5:13). Babilonia sería Roma, y desde ella se despediría Pedro en su carta; sin embargo, esa es una interpretación particular. El hecho de que envíe saludos de parte de <<la Iglesia que está en Babilonia...>>, es decir, Roma, no significa que él, Pedro, estuviera necesariamente allí cuando escribía la epístola. Así pues, esto no constituye en sí una prueba de que Pedro estuviera viviendo en Roma, y mucho menos de que fuera obispo de esa ciudad.
 
¿Cuál es la razón de enviar saludos de <<la Iglesia que está en Babilonia...>>, es decir Roma?. Ante todo es menester saber que aunque la Epístola de Pedro es Universal, es decir, para todos los cristianos, Pedro la envió específicamente a los cristianos de las iglesias del Asia Menor (cap. 1, V. 1). Estas iglesias fueron fundadas por el apóstol San Pablo, al igual que la iglesia en Roma. Resulta lógico entonces que Pedro, estando en contacto con los cristianos de Roma, envíe de parte de ellos saludos a los hermanos que están en el Asia Menor, máxime cuando todos ellos tenían en común un mismo padre espiritual: el apóstol Pablo, y que de parte de él sabían de la obra del Señor en la ciudad imperial.
 
La quimera papal
 
La Iglesia de Cristo no nació en Roma, nació en Jerusalén, la Ciudad del Gran Rey (Mt. 5: 35, Hchs. 1 y 2) a resultas de aquel puñado de fieles discípulos que fueron investidos del poder del Espíritu Santo una vez el Señor Jesús fuera alzado a los Cielos, y que al crecer en número, se iban a esparcir por toda la tierra. Más tarde, el apóstol San Pablo fue enviado a los gentiles (Romanos 11: 13); él fue el que escribió la epístola a los cristianos de Roma. ¿Para qué tenía Pablo que instruirles si Pedro ya estaba allí; y ni siquiera le menciona en su Epístola?. San Pedro nunca antes había estado en Roma, eso es sólo la falsa enseñanza de algunos, que a través de la historia, y con clara intencionalidad han impuesto a muchos su propio argumento religionista, y lo trágico es que muchos lo han creído. Ireneo, obispo de Lyon (178-200), escribió hacia el año 180, una obra para refutar el gnosticismo. En ella incluyó la lista más antigua de los obispos romanos que se conserva. En total eran los doce primeros hasta su tiempo. El nombre de San Pedro no aparece. El primero de ellos es Lino, y no se encuentra ninguna mención de San Pedro al respecto.
 
Pero Simón Pedro fue un presbítero ¿no es cierto?
 
 
¿No ha establecido Cristo autoridades en Su Iglesia? Así es. La Biblia nos enseña que el Señor ha establecido diferentes ministerios y gobierno en la iglesia. Leemos en Efesios 4: 11, 12 <<Y Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas, a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra el ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo>>.
 
El mismo Simón Pedro dice de sí mismo que es un anciano o presbítero: <<Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos...>> (1 Pedro 5: 1). Pedro aquí no hace valer ningún privilegio especial, que no tenía, por cierto. Se identifica como uno más entre los ancianos. Solamente habla como apóstol, cumpliendo así con su ministerio. Estos ancianos a los cuales Pedro exhorta, son los obispos, pastores o líderes de las congregaciones o iglesias locales repartidas por doquier.
Pedro les exhorta así:
 
<<Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey>> (1 Pedro 5: 2, 3).
 
Simón Pedro no ejercía ningún señorío sobre los creyentes; sólo era un ejemplo para los que estaban a su cuidado.
 
<<Cuando hubieron comido Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió; Sí Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos...Pastorea mis ovejas...Apacienta mis ovejas>> (Juan 21: 15-17). Un verdadero siervo de Dios, no se enseñorea de los creyentes, los cuida, ama y sirve.
 
El mismo Jesús enseñó: <<Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir...>> (Mateo 20: 25-28).
 
Jesucristo siempre dijo a sus discípulos que no buscaran el enseñorearse tal y como hacían y hacen los reyes y los gobernantes. Encontramos en los Evangelios:
 
<<En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?. Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dilo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos>> (Mateo 18:1-4).
 
Simón Pedro fue piedra en sus días en la Iglesia de Jesucristo, pero ni mucho menos fue el pastor principal de todas las congregaciones cristianas de su tiempo; de hecho, no hubo nadie que tuviera esa responsabilidad por ser imposible de cumplir; recordemos que es el Espíritu Santo el que está encima de la Iglesia, y Él comisiona a diferentes piedras para realizar la labor de gobierno espiritual de la misma bajo Su guía.
 
Encontramos un pasaje interesante en el libro de Hechos de los Apóstoles. En el capítulo 8, versículo 14, leemos: <<Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan>>. Cuando Samaria recibió el Evangelio por medio de algunos discípulos, entre ellos el evangelista Felipe (Hechos 8: 5), la iglesia de Jerusalén, por medio de los apóstoles, enviaron a Pedro y a Juan. En otras palabras, en cuanto a Pedro, vemos lo sujeto que estaba a los demás apóstoles y a la Iglesia, hasta el punto de que fue mandado o enviado por ellos a una misión. Esto es muy revelador, porque de este pasaje podemos deducir que Pedro era uno más de los apóstoles, al igual que Juan. Incluso, más adelante en el mismo libro de Hechos, vemos que cuando vuelve a Jerusalén después de bautizar a Cornelio y a sus amigos, que eran gentiles (Hechos 10), Pedro es interrogado por los fieles, pidiéndosele explicaciones por su actuación con los gentiles (Hechos 11-3), y Pedro tuvo que darlas todas (Hechos 11: 4-18). Pedro era uno más de entre los ancianos, y eso no le hacía menos (1 Pedro 5: 1).
 
El Maestro comisionó a Simón Pedro a apacentar Sus ovejas, tal y como hemos leído en Juan 21: 15-27, principalmente entre los judíos. Leemos en Gálatas 2: 7, 8 cuando el apóstol Pablo enseñaba a los creyentes de Galacia acerca de su llamamiento, <<Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión (el de los no judíos), como a Pedro el de la circuncisión (el de los judíos), pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles>>.
 
Simón Pedro fue enviado a pastorear, junto con Jacobo, y muchos otros la iglesia o comunidad de nuevos creyentes de Jerusalén.
 
Simón Pedro fue enviado por Dios no a los gentiles (Roma), sino a los judíos (Jerusalén), y en Jerusalén desarrolló su ministerio.
 
De hecho, no fue Simón Pedro el principal pastor de la iglesia de Jerusalén, sino Jacobo (el hermano del Señor). En un valiosísimo relato extrabíblico del siglo IV, el de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Césarea, de inmenso valor para conocer los pormenores de los primeros siglos del cristianismo, se nos dice lo siguiente:
 
<<Los judíos, después de la ascensión de nuestro Salvador...aniquilaron con piedras a Esteban, luego a Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar para el pastorado de Jerusalén, después de la ascensión de nuestro Salvador...>> (Libro I, cap. 5, v. 2).
 
El Concilio de Jerusalén
 
Si San Pedro hubiera sido el primer Papa, hubiera presidido el Concilio de Jerusalén del cual nos habla la Biblia en el libro de los Hechos de los apóstoles (cap. 15), no obstante, la Biblia nos dice que no fue así. Ante el hecho de que algunos que venían de Judea y enseñaban a los gentiles que debían circuncidarse para ser salvos, convocaron el que sería el primer Concilio, en Jerusalén, para debatir esa cuestión. La Biblia es muy específica en cuanto a como se desarrollaron los hechos. Dice así: <<... se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos...>> (Hechos 15: 2). En ese Concilio de Jerusalén, estaban reunidos todos los apóstoles y los ancianos por igual (15: 6).
 
Primero hablan los circuncidarios (15: 5), en respuesta habla Pedro (15: 7-11); luego hablaron Bernabé y Pablo (15: 12); y al final habló Jacobo, el hermano del Señor, juzgando el caso, y diciendo: <<Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios>> (15: 19). Así que, quien presidía el Concilio no fue Pedro sino Jacobo.
 
Está claro que Pedro no tenía la posición de autoridad absoluta. Además, Pablo habló de Jacobo, al igual que de Pedro y Juan, como columna:
 
<<y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión>> (Gálatas 2: 9).
 
La reprensión de San Pablo a San Pedro
 
Aunque a los desconocedores de las Escrituras les parezca increíble, San Pablo reprendió públicamente a San Pedro por cierta hipocresía:
 
<<Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?>> (Gálatas 2: 11-15).
 
Si San Pedro hubiera sido <<Sumo Pontífice>>, ¿cree Vd. que hubiera permitido que un súbdito suyo, aun Pablo, le hubiera humillado en público? ¡de ninguna manera!. Sin embargo Simón Pedro, fiel discípulo de Cristo, inclinó la cabeza, recibiendo la reprensión de parte de su compañero, que aunque dura y dolorosa, era necesaria, por que TODOS los hombres necesitamos ser corregidos, incluso San Pedro...
 
Hablemos más de piedras
 
Cada verdadero creyente en Cristo, empezando por los primeros discípulos, es una piedra en el edificio de Dios que es la Iglesia de Cristo. Hoy en día, hay piedras en todo el mundo que se van apilando en orden constituyendo el edificio que es la Iglesia hasta que la Cabeza, que es el mismo Jesucristo vuelva a por todas las piedras vivas, que son todos los creyentes verdaderos de todas las edades. Unos resucitando a la nueva vida, otros, los vivos en ese tiempo, siendo transformados, y así, juntamente todos, estaremos con el Señor en su Reino Eterno (1 Corintios 15: 51-58; 1 Tesalonicenses 4: 13-18).
 
¿Qué es lo que Dios quiere de nosotros?
 
Dios no quiere que seamos gente que <<cumple>> con su religión. La religión no salva, sólo Cristo salva. Podemos ser extremadamente fieles a nuestra religión o creencia particular, pero el fiel cumplimiento de la misma, no es garantía de salvación. Dios mira el corazón, no el exacto cumplimiento de normas, doctrinas u dogmas establecidos por hombres; incluso los mandamientos de Cristo, si no se cumplen con la motivación correcta, que es el amor, de nada sirven.
 
Dios nos creó para ser libres, y usar de esa libertad para lo bueno: para acercarnos a Él con confianza. Esa confianza es posible por que Cristo pagó el precio de nuestra rebelión, de nuestro pecado, con Su sangre. Ahora todavía estamos en el tiempo de la dispensación de la gracia sobre gracia (Juan 1: 16), y de la buena voluntad de Dios hacia los hombres, el tiempo en que podemos y debemos arrepentirnos de nuestros pecados y reconciliarnos con nuestro Creador para llegar a ser hijos Suyos por adopción, si no lo hemos hecho ya. Si ya lo hemos hecho, este es el tiempo de crecer en el conocimiento del Hijo de Dios, de crecer en la santificación que sólo el Espíritu Santo produce. De querer agradar al Padre en todos nuestros caminos.
 
No es el tiempo de seguir, con fe ciega, mandamientos y tradiciones de hombres que no tienen apoyo en Su Palabra, sino de crecer en una relación e intimidad que Dios Padre quiere tener con cada uno de los hombres que El ha creado. Una preciosa e inigualable relación de amistad y amor personal con cada uno de los que somos Suyos. ¡¡Ahora es el tiempo indicado!! Es tiempo de que busquemos al Señor de todo nuestro corazón.
 
Deberemos principiar con arrepentimiento. Al igual que Juan el Bautista predicó el arrepentimiento en su día, hoy es igual. Muchos bajaron a las aguas a ser bautizados, arrepentidos, vueltos a Dios de corazón. ¿Qué harás al respecto? Dios te ama, y te está esperando.¡Ven a los pies del Cristo resucitado!. Dice el Señor en Su Palabra: <<Clama a Mí, y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces>> (Jeremías 33: 3).
 
Dios conoce tu situación, sabe lo que hay en tu corazón, tus luchas y flaquezas, y quiere auxiliarte, perdonándote todos tus pecados y haciéndote una nueva criatura, dándote la salvación y la vida eterna. ¿Querremos ser valientes, empezando a tomar pasos en una nueva y perfecta dirección, la de Jesús de Nazaret, o seguiremos atados a viejas tradiciones religionistas?
 
¡Vuélvete a tu Creador de todo su corazón!
 
Así dice el Evangelio según San Juan: <<A todos los que le recibieron (a Jesús), a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios>>.
 
Esta es una oración que puedes dirigir al Señor para que te perdone tus pecados y te haga una nueva criatura:
 
<<Señor, me arrepiento de mis pecados; de mi vida egoísta y cómoda; te pido perdón por no haberte buscado con todo mi corazón y haberme conformado con una simple religiosidad. ¡Te entrego hoy mi vida!. Creo en Jesucristo, Tu Hijo, y conforme a tu Palabra, le recibo en mi vida como mi Salvador personal y mi Señor; y con Él, el don del Espíritu Santo y la vida eterna.
Gracias por tu amor y tu salvación; te amo, Padre. En el nombre de Jesús. Amén>>.
 
Amado lector
 
Habiendo hecho esta oración de corazón, ten la seguridad de que Dios va a responder. El te ama y sólo quiere lo mejor para tí.
¡El Señor viene pronto!
Atras