EL GNOSTICISMO
 
El gnosticismo fue una de las primeras herejías que intentó ingresar a la iglesia ya a fines del primer siglo. Uno de los aspectos mas peligrosos fue el uso que se hizo de la escritura para sus propios fines.
 
Esta mezcla de filosofía y forma religiosa enfatizaba que:
- Dios es una "fuerza" impersonal que se había "acercado" muchas veces a la humanidad y había "iluminado" a diferentes personas haciéndolas "Cristos".
- Jesús es distinto a Cristo. Jesús es sólo un hombre que se hizo Cristo en el bautismo y dejo de serlo antes de morir en la cruz (porque el Cristo no puede ver corrupción); por lo tanto no murió mas que un hombre en la cruz.
- Uno es salvo al recibir la "gnosis" (conocimiento).
 
Juan que era el único de los apóstoles que quedaba vivo, defendió la fe en sus últimas cartas y se opuso al gnosticismo con dureza. Hoy día, la Nueva Era esta difundiendo una vez mas estas dañinas enseñanzas.
Uno de los textos que circulo muy temprano es el Evangelio de Felipe con un claro trasfondo gnóstico. Para todos los hermanos que quieran investigar y profundizar mas sobre el gnosticismo les ofrecemos el texto completo de este documento apócrifo. Puede dirigirse a NUESTRO SITIO WEB http://www.Kerigma.com/Fuente.htm y hacer un Download.
 
El gnosticismo heterodoxo.
Uno de los problemas primarios que la iglesia enfrentó fue la encarnación de Jesús. Grupos de separatistas pretendian introducir doctrinas y enseñanzas erróneas.
 
El grupo del autor de 1 Juan enriqueció a los cristianos de origen apostólico con la alta cristología de la preexistencia, pero también con una sana interpretación (contenida en 1 Juan) que evitara caer en el docetismo (apariencia de la encarnación).
 
Por otro lado, sin una estructura de autoridad, la tendencia en la interpretación del cuarto evangelio era peligrosa.
¿Pero como podría una gnóstico entender el cuarto evangelio?
El cuarto evangelio fue recibido con entusiasmo por los creyentes gnósticos, quienes no dejaron de comentarlo para fundamentar sus enseñanzas. Eso provocó serios temores en la Gran Iglesia, que miró a este evangelio con mucha desconfianza. Finalmente, acompañándolo con las cartas 1, 2 y 3 Juan como guía segura de interpretación, el cuarto evangelio fue aceptado con más tranquilidad hacia fines del siglo.
 
¿Era fundado este temor? ¿Podía una lectura de este evangelio llevar al docetismo?
Hay que decir que de hecho esto efectivamente había ocurrido.
Como el evangelio de Juan nunca menciona claramente el nacimiento de Jesús, los docetas interpretaron el momento de la llegada de la Luz al mundo a partir de algunas afirmaciones aisladas del prólogo. Allí se dice, al hablar del Verbo como la Luz que viene al mundo, que el Bautista no era la Luz, sino su testigo. Y nuevamente se menciona al Bautista como testigo después de afirmar que el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros (1:14). Estas referencias al Bautista pudieron hacer pensar que en el momento del bautismo en el Jordán se produce un ingreso del Verbo en la humanidad de Jesús. Así se interpretaron las palabras del Bautista: Yo no lo conocía, pero para que él fuese manifestado a Israel he venido yo, y bautizo en agua. Y Juan dio testimonio diciendo: yo he visto al Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre él (Jn 1:31-32). Un tratado gnóstico llega a esta conclusión: Y Juan Bautista dio testimonio del descenso de Jesús. Porque él es el único que vio el poder que bajó sobre el río Jordán (Testimonio de la verdad XI 3 (30,24-28).
 
Este pensamiento no es una "encarnación del Verbo", porque el Verbo no se hace carne, sino que viene a la carne. No hay una unidad real, sino una inhabitación que, además, no es permanente. Esta transitoriedad queda manifiesta en algunos textos gnósticos. En uno de ellos el Verbo celestial exclama: Yo simulé a Jesús. Yo lo arrebaté del maldito madero y lo
establecí en las mansiones de su Padre. Y los que vigilan sus moradas no me reconocieron (Trimorfica Protenoia XIII 50,12-15). Otro muestra a un Jesús impasible riéndose de sus verdugos: Ese a quien ves en el madero que se alegra y que ríe es el viviente Jesús. Pero el que está clavado de manos y pies es su envoltorio carnal, el sustituto (Apocalipsis de Pedro VII 81,15-25).
 
Según un testimonio de Ireneo de Lyon (Contra los herejes I 20,26) Cerinto afirmaba que después del bautismo de Jesús, el Cristo descendiendo del Poder que está sobre todo, bajó sobre él en forma de paloma... Al final, sin embargo, el Cristo se apartó de nuevo de Jesús... el Cristo, siendo como era espiritual, no podía sufrir. ¿Podían sacarse tales conclusiones del cuarto evangelio? Cerinto pudo haber entendido que Jn quería decir que antes de la muerte de Jesús, el elemento divino ya había retornado al Padre. Particularmente, la oración de despedida de Jesús lo muestra como suspendido entre el cielo y la tierra: Yo ya no estoy en el mundo (Jn 17,11). Una lectura demasiado literal de estos pasajes da fácilmente
lugar a tales conclusiones.
 
Estas conclusiones son gravísimas porque alteran esencialmente el mensaje de la salvación. Incapaz de acercar el mundo trascendente al mundo terreno, definitivamente corrompido, el Salvador no podría haber vivido más que una encarnación de apariencia. El mito gnóstico del Salvador que vino a salvar los destellos de luz caídos en la materia (las almas encarnadas que deben ser liberadas de la materia) sirve de telón de fondo para estas reflexiones sobre Cristo. Él es el Salvador que pasa por una semejanza de carne burlándose de aquellos que se engañan sobre él y que lo consideran realmente encarnado. El peligro
más grave de esta doctrina, que se niegan a ver los que la sostienen, es que una encarnación aparente significa también una salvación aparente.
 
Mientras que las comunidades de occidente se muestran muy desconfiadas frente al cuarto evangelio, debido a los errores que se originaron a partir de una lectura docetista del mismo, en oriente la teología del Verbo va ganando cada vez más aceptación.
Esto podemos verlo a través de las cartas de un creyente que es considerado una de las figuras más importante del cristianismo primitivo: Ignacio de Antioquía.
 
Según Eusebio de Cesarea, Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía después del apóstol Pedro y de Evodio. En el imperio de Trajano (98-117) fue condenado a las fieras y deportado a Roma para padecer el martirio. Durante su viaje a Roma, cerca del 110, escribió siete cartas, de una importancia inapreciable para la historia del dogma. Ellas tienen como destinatarias las comunidades de Éfeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia y Esmirna cuyos delegados había saludado a su paso. Otra está dirigida al obispo Policarpo de Esmirna y otra a la comunidad de Roma. Con cordialidad fraterna Ignacio agradece a esas comunidades su caridad para con él, les inculca la sumisión a los obispos locales y no deja de incluir algún consejo, incluso alguna ligera reprensión, y les precave contra las doctrinas heréticas.
 
Advirtiendo a sus lectores frente a los peligros que encierran esas doctrinas, Ignacio sostiene claramente tanto la divinidad de Jesús como la realidad, y no sólo la apariencia, de su cuerpo humano. Jesús es hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y luego impasible, Jesucristo nuestro Señor. Él es con toda verdad del linaje de David según la carne, hijo de Dios según la voluntad y poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen, bautizado por Juan, para que fuera cumplida por él toda justicia (Esmirn. 1,1). Muestra así que conoce, además de una cristología de la preexistencia del Verbo, una cristología de la concepción virginal, que Juan no nos da a conocer y sí lo hacen Mt y Lc. Ignacio se hace eco de la predicación apostólica y refiere también que Jesús realmente padeció persecución bajo Poncio Pilato, que realmente fue crucificado y murió a la vista de los seres celestiales, terrestres y subterráneos; quien resucitó también verdaderamente de entre los muertos, resucitándole su Padre (Tral. 9,1-2).
 
Los creyentes joánicos deseaban vivamente la unión con los creyentes apostólicos, si estos últimos aceptaban la alta cristología de la preexistencia de su evangelio. Ignacio y otros escritores del siglo II muestran que evidentemente la Gran Iglesia aceptó esta cristología. Pero seguramente se les exigió también a los creyentes joánicos que no rechazaran la concepción virginal y otras cristologías más bajas.
 
Es interesante leer las advertencias que contra ellos hace Ignacio: No se dejen engañar por doctrinas extrañas ni por esos cuentos viejos que no sirven para nada. Porque si hasta el presente vivimos a estilo de judíos, confesamos no haber recibido la gracia... Por eso, pues nos hemos hecho discípulos suyos (de Cristo), aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Porque todo el que otro nombre lleva, fuera del de cristiano, no es de Dios...
Absurda cosa es llevar a Jesucristo en la boca y vivir judaicamente. Porque no fue el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, en el que se ha congregado toda lengua que cree en Dios (Magnes. 8,1; 10,1.3).
 
En sus cartas se descubre el alma ardiente, heroica y mística de Ignacio Tiene sed de martirio y un amor encendido a Cristo, a quien quiere imitar. Pide a los romanos que no den ningún paso para ahorrarle ese deseo: Temo justamente vuestra caridad, no sea ella la que me perjudique. El hecho es que yo no tendré jamás ocasión semejante de alcanzar a
Dios. Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo (Rom 1,2; 2,1; 4,1). A Policarpo le anima así: Mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer (Policarpo 3,1). Su espíritu cristocéntrico se revela en la insistencia con que inculca la imitación del Señor, si queremos vivir animados por su Espíritu. Esta imitación de Jesucristo tiene que extenderse a la participación en su Pasión por medio del martirio, que es, para Ignacio la cumbre en la imitación del Redentor,
y por ello hay que estar siempre dispuestos a él: Perdonadme, yo sé lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible se me oponga por envidia a que alcance a Jesucristo. Fuego y cruz y manadas de fieras, quebrantamiento de mis huesos, descoyuntamiento de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo tormentos atroces del diablo, vengan sobre mí, a condición sólo de que alcance a Jesucristo. De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí mejor es morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. Amo a aquel que murió por nosotros. Amo a aquel que resucitó por nosotros (Rom. 5,3-6,1).

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