LA DOCTRINA DEL DIOS TRINO EN LOS PRIMEROS 300 AÑOS
HIPÓLITO, TERTULIANO Y ORÍGENES
 
A fines del siglo II y comienzos del III son las jóvenes comunidades de Cartago y Alejandría las
que llevan la voz cantante en la reflexión sobre la fe. La doctrina apostólica debió explicarse
de un modo convincente cuando aparecieron serios cuestionamientos debido a su carácter
trinitario. A los ojos de los judíos y de los paganos, si los cristianos adoran a Cristo, adoran
a dos dioses. Para responder a esta acusación se presentan dos soluciones: o negar que Cristo es
Dios o negar que es otro Dios.
La primera solución consiste en decir que Cristo es un hombre hecho Dios por haber sido adoptado
por Dios como Hijo suyo. Este adopcionismo era el que sostenían los ebionitas, y también Teodoto,
en Roma, y Pablo de Samosata.
 
Pero la reducción de Cristo a un ser puramente hombre chocaba demasiado frontalmente con la fe de
los cristianos, por lo cual tuvo mucha más recepción la segunda alternativa: el Dios único a
venido a nosotros bajo otro modo. Este modalismo, que niega la distinción de personas divinas
reduciendo a Dios a un único sujeto de múltiples rostros, comienza en Esmirna, por el año 180,
con la predicación de Noeto. Ya no es el resultado de la especulación de una secta disidente,
sino la convicción de algunos miembros de la Iglesia en nombre de la fe tradicional. Noeto dice
que Cristo es el Padre y que es el Padre quien
nació, sufrió y murió (según Hipólito, Elenkhós IX,10). Puesto que no hay más que un solo Dios,
éste es el que se encarna y sufre. A esta doctrina se la llamó patripasionismo. Este mismo
pensamiento será sostenido después por Sabelio.
 
Hipólito de Roma reaccionó contra esta negación de la Trinidad, afirmando que Dios es uno solo y
al mismo tiempo múltiple: Dios estaba solo y no tenía nada contemporáneo a él... Pero aún estando
solo, era múltiple, porque no estaba sin Razón ni Sabiduría, sin Potencia ni Decisión; pero todo
estaba en él y él era el Todo. Cuando quiso y como quiso,
engendró a su verbo, por medio del cual lo hizo todo en los tiempos fijados por él (Contra Noeto
10). Dios es solo y sin embargo no solo, sino múltiple, porque es razonable y sabio, es decir,
tiene en sí el Verbo y el Espíritu Santo contenidos en él desde siempre, pero de forma oculta.
Dejan de estar ocultos cuando hace visible a su verbo, que él tenía en sí
mismo y que era invisible al mundo creado. Enunciándolo primero como voz y engendrándolo como luz
salida de la luz, emite como Señor para la creación su propia Inteligencia y la hace visible,
siendo así que antes era visible solamente a él e invisible al mundo, para que el mundo, viéndola
gracias a esta epifanía, pudiera salvarse (idem
anterior).
 
Sin embargo, el gran adversario del monarquianismo divino (moné arkhé: único principio) es
Tertuliano. Éste había nacido en Cartago, alrededor del año 160, y recibido una esmerada
formación retórica. En Roma, había ejercido como abogado y se había convertido al cristianismo.
Vuelto a su ciudad natal desarrolló una intensa actividad literaria. En el 207 se separó de la
Iglesia y pasó a la secta de los montanistas, que, por aquel entonces, iba ganando terreno
también en África. Esta secta no sostenía doctrinas heréticas, pero menospreciaba la estructura
jerárquica de las comunidades insistiendo en la influencia
carismática del Espíritu en los profetas seguidores de Montano. Respondiendo a Praxeas
(continuador de la doctrina de Noeto) Tertuliano trata de orientar a la gente sencilla,
desconcertada por las novedades de los herejes.
 
En nombre de la monarquía divina, los partidarios de Praxeas acusaban a sus adversarios de
politeísmo: ¡Ustedes Predican dos y hasta tres dioses! (Contra Praxeas 3,1). La objeción tiene
que ver con la representación de esta monarquía como el dominio de Dios sobre el mundo y los
hombres. Tertuliano responde mostrando que este tipo de monarquía no excluye la Trinidad: "Para
mí, que también conozco el griego, la Monarquía no significa más que el mandato de uno solo. Pero
esto no implica que la monarquía, al ser de uno solo, o bien le prive de un Hijo, o le impida
buscarse un Hijo, o no le deje administrar su poder único por quién él quiera" (3,2).
 
El tener un Hijo no priva al Padre de su autoridad, porque no es otro Dios que se sitúa como
rival. No cumple su propia voluntad, sino la del Padre, ya que procede de la misma sustancia del
Padre: "El proceder de la misma sustancia lo explica a través de tres imágenes: Dios profirió el
Verbo, tal como lo enseña el mismo Paráclito, lo mismo que la raíz produce la rama, y la fuente
el río, y el sol el rayo; porque estas especies son también emisiones de las sustancias de donde
salen... Pero ni la rama se separa de la raíz, ni el río de la fuente, ni el rayo del sol, ni
tampoco el Verbo se separa de Dios (8,5). El Verbo es uno con el Padre, es decir, la misma
sustancia y no otra separada, pero son dos distintos."
 
Tertuliano expresa también así otra característica de su doctrina trinitaria: "La relación entre
lo oculto y lo revelado. Antes de su manifestación la rama, el río y el rayo existían ya, pero
ocultos en la raíz, la fuente y el sol. Igualmente, los Tres existían en Dios desde siempre, pero
se manifestaron en la historia de la salvación. No son simples modos de manifestación, sino
sujetos ya existentes que se van revelando".
 
"Pero si el Hijo es engendrado por el Padre, ¿puede decirse que es eterno? ¿No significa esto que
comienza a existir y que no siempre fue? Para responder a esta objeción, distingue dos momentos
en la generación del Hijo a través de la imagen del nacimiento humano: el acto maternal por el
que el niño es dado a luz en el parto, y el acto paternal previo de concebirlo dentro del seno
materno: Fundado primero por Dios para la obra de pensamiento bajo el nombre de Sabiduría... fue
luego engendrado para la obra efectiva...; a partir de entonces fue hecho Hijo, Primogénito en
cuanto que fue engendrado antes de todas las cosas, Hijo unigénito en cuanto que es el único
engendrado por Dios, en el sentido propio de la palabra" (7,1).
 
"El modo de esta concepción es intelectual, como nuestro pensamiento permanece en nosotros antes
de pronunciarse con palabras. Aún cuando Dios no hubiera enviado todavía a su Verbo, lo tenía
dentro de sí mismo, con y en su razón, meditando y disponiendo silenciosamente consigo lo que
pronto habría de decir por el Verbo (5,4). Y el objeto de
esta concepción es pensar el mundo desde siempre: La bondad suprema del Creador que,
evidentemente, no es repentina, no es obra de un estímulo accidental y provocado desde fuera,
como si hubiera que referir su origen al momento en que se puso a crear. En efecto, si es esta
bondad la que estableció el momento a partir del cual se puso a crear, no tuvo ella misma
comienzo, puesto que lo produjo" (Contra Marción II,3,3-4).
 
"Este Verbo pronunciado por Dios cuando crea las cosas, se hizo carne sin transformarse en carne.
En efecto, vemos en Cristo una doble constitución, que no es confusión, sino conjunción en una
misma persona, de Dios y del hombre Jesús" (Contra Praxeas 27,11).
 
Como primer autor eclesiástico que escribió en latín, Tertuliano tuvo que forjar nuevas palabras
llenas de significado teológico. Su principal aporte fue el reservar una palabra que expresara lo
que hay en Dios de común y de único, y otra que expresara lo que es distinto y múltiple. Así,
dice que Dios es Trinidad a título de la persona y no de la sustancia, bajo la relación de la
distinción y no de la división. "En todas partes mantengo una sola sustancia en tres que se
mantienen juntos" (12,6-7). Y también su definición del cómo de la encarnación: Dios y el hombre
Jesús en una sola Persona. Sin embargo, existe el riesgo de reducir las relaciones personales de
la salvación a una estructura abstracta de naturalezas, olvidando que la doctrina de la divinidad
y humanidad de Jesús es el resultado de la profundización de una intuición original: "Jesús hace
presente como Mesías la salvación divina"
 
Mientras tanto, los pensadores alejandrinos usan el platonismo como instrumento conceptual. Uno
de los principales impulsores de esta teología es Clemente, nacido alrededor del 150. Durante su
juventud había realizado un largo viaje impulsado por el ansia de saber. Visitó Italia, Siria,
Palestina y Egipto. Su conversión al cristianismo parece haber tenido lugar durante este viaje.
La trayectoria de Clemente es muy parecida a la de Justino: se acerca al cristianismo pidiéndole,
sobre todo, una visión más clara de Dios, que ya ha desesperado de encontrar en la filosofía
pagana. En Alejandría fue director de la
escuela catequética. En el 202-203, abandona la ciudad a causa de la persecución de Septimio
Severo, dirigida especialmente contra las comunidades eclesiásticas florecientes y contra las
actividades encaminadas a ganar nuevos adeptos.
 
La visión de Clemente es unitaria y profundamente optimista:
-Dios concedió a los griegos la filosofía,
-a los judíos la Ley
-a los cristianos se dio a sí mismo, entregándoles la plenitud de la verdad, en cuya plenitud se
encuentra la salvación.
 
"La obra salvífica consiste entonces en que el Verbo divino se da a conocer, ilumina al hombre y
lo educa para una vida divina. Jesús es ante todo un Pedagogo divino: El Verbo se hizo hombre
para que ustedes aprendieran de un hombre cómo el hombre puede hacerse Dios" (Clemente de
Alejandría, Protréptico I,8,4). Pero en la presentación de Clemente la existencia humana de Jesús
se reduce a un medio de enseñanza, palideciendo ante la luz radiante del Verbo. ¿No había sido
precisamente la vida terrena de Jesús como obra de Dios lo que constituyó el punto de partida
para que los antiguos creyentes se elevaran hacia el conocimiento del Verbo eterno?
 
Orígenes fue su sucesor en la conducción de la escuela teológica de Alejandría. Nacido
probablemente en esta ciudad en 185, murió en el 253 en Tiro, a consecuencia de los tormentos
sufridos durante la persecución de Decio. Su teología se caracteriza por presentar los datos
claros de la fe, transmitidos por los apóstoles, y las cuestiones abiertas, que debe profundizar
el teólogo: "Los santos apóstoles, cuando predicaron la fe en Cristo, transmitieron a todos los
creyentes (...) todo lo que juzgaron necesario. Pero dejaron la tarea de buscar las razones de
sus afirmaciones a los que merecieran los dones más eminentes del Espíritu" (Tratado de los
principios, prólogo 3).
 
Contra los cristianos poco instruidos, que leen la Escritura tomándola al pie de la letra, de
manera demasiado antropomórfica, Orígenes enseña que Dios no solamente es sin-cuerpo, sino
también naturaleza intelectual. A partir de esto, afirma que es imposible imaginarse que Dios
Padre haya estado nunca, ni siquiera un momento, sin engendrar la Sabiduría (Pv.8:25): "No se
puede pensar que Dios progresó de la impotencia al poder, como que, pudiendo hacerlo, lo descuidó
o se atrasó en la generación de la Sabiduría. Por eso sabemos que Dios es siempre Padre de su
Hijo único, nacido de él, teniendo de él lo que es, pero sin ningún comienzo" (de los principios,
I,2,2).
 
"El Hijo es eterno porque el Padre no existe sin el Hijo, que es su Verdad, su Sabiduría, y todo
lo que caracteriza al Padre: ¿Cómo puede decirse que hubo un momento en el que no habría sido el
Hijo? Esto es lo mismo que decir que hubo un momento en el que la Verdad no habría sido, en el
que la Sabiduría no habría sido, en el que la Vida no habría sido, siendo que en todos estos
aspectos se enumera perfectamente la sustancia del Padre" (idem IV,4,1). La comparación del sol y
de su rayo pone de relieve la idea de que el Hijo no sólo ha sido engendrado desde siempre, sino
que además es engendrado sin cesar: "El rayo de gloria no ha sido engendrado una vez por todas de
manera que no sea ya engendrado; sino que, así como la luz engendra irradiación, sigue siendo
engendrada la Irradiación de la gloria de Dios" (Homilías sobre Jeremías IX,4).
 
"La irradiación es luz, lo mismo que el sol de donde emana, y por eso el Hijo, engendrado del
Padre, es ciertamente Dios. No hay en el Hijo otra bondad distinta de la del Padre, porque no
viene de otra parte, sino de esa Bondad que es el principio" (de los principios I,2,13). "Pero la
irradiación es sólo la imagen del sol, y por eso (sin estar separada de él) se
distingue del sol. Del mismo modo el Hijo no puede compararse ni mucho menos con su Padre. En
efecto, es imagen de su bondad e irradiación, no de Dios, sino de su gloria y de su luz eterna,
exhalación no del Padre, sino de su poder" (Comentario a Juan XIII, 152).
 
Este tipo de consideración acerca de la distinción del Padre y del Hijo constituye un
subordinacionismo, es decir una relación de inferioridad del ser del Hijo respecto al Padre,
aunque sin negar el carácter divino del Hijo. ¿Cómo se puede seguir afirmando que el Hijo es Dios
si es inferior al Padre? De este pensamiento, más tarde, otros concluirán que el Hijo no es Dios.
 
A pesar del límite que representa para la unidad en Dios esta consideración subordinacionista,
hay que reconocer en Orígenes el aporte de una palabra que será clave para la doctrina
trinitaria: "Para nosotros, convencidos como estamos de que hay tres realidades subsistentes
(hypóstasis), el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo..." (Com. a Juan II,10). Esto significa un
cambio de perspectiva con respecto a la teología de Tertuliano. No se presenta ya a los Tres a
partir de la sustancia una, identificada con Dios Padre, sino a ellos mismos a partir de su
pluralidad. Partiendo del número Tres, Orígenes muestra la unidad del Padre y del Hijo en base a
Jn 10,30: El Padre y yo somos uno.
 
Pero la unidad tal como la explica Orígenes, parece puramente moral, como la existente entre dos
sujetos que siguen siendo exteriores el uno al otro: "Son dos realidades por la hypóstasis, pero
una sola por la semejanza de pensamiento, la concordia, la identidad de la voluntad, de manera
que el que ha visto al Hijo, irradiación de la gloria, impregnado de la sustancia de Dios, ha
visto a Dios en él, que es imagen de Dios" (Contra Celso, VIII, 12).
 
Si así se entendiese se estaría dando pie para afirmar un triteísimo, la existencia de tres
dioses. Sin embargo, para Orígenes, esta unidad de pensamiento y voluntad entre Padre e Hijo no
es como la que podría haber entre Adam y Eva, que eran una sola carne (Gn 2,24), ni como la que
hay entre Cristo y el creyente, que se hacen un solo espíritu (1 Co 6,17): "Nuestro Salvador y
Señor, en su relación con el Padre y Dios del universo, es no ya una sola carne ni un solo
espíritu, sino -lo que es superior a la carne y al espíritu- un solo Dios" (Coloquio con
Heráclides 2).
 
Al hablar del Verbo encarnado, afirma que "una es en Cristo la naturaleza divina, el Hijo único
del Padre, y otra la naturaleza humana que asumió en los últimos tiempos de la economía" (de los
principios I,2,1). Y la naturaleza humana comprende cuerpo y alma. Orígenes es el primero en
asentar el gran principio según el cual sólo se salva lo que es asumido: "El hombre no se habría
salvado por entero, si el Salvador no se hubiera revestido del hombre entero" (Coloquio con
Heráclides 7).
 
Orígenes es el primer autor que se pregunta de forma conciente por el cómo de la unión de las dos
naturalezas y propone como solución el alma de Cristo como intermediaria entre Dios y la carne:
"De esta sustancia del alma, que sirve de intermediario entre Dios y la carne -pues no es posible
que la naturaleza de Dios se mezclara con la carne sin mediador- nace el Dios-Hombre: esta
sustancia era la intermediaria, ya que no era antinatural para ella asumir un cuerpo. Y del mismo
modo, no era innatural que esa alma, sustancia racional, pudiera contener a Dios" (de los
principios II,6,3).
 
"El alma de Jesús (preexistente como todas las almas, según el pensamiento platónico de Orígenes)
amó al Verbo y por eso fue escogida para ser ungida con su presencia y convertirse en Cristo aquí
abajo. Como el hierro en el fuego, así está el alma siempre en la Palabra, siempre en la
Sabiduría, siempre en Dios. Lo que hace, siente y piensa es Dios" (de los principios II,6,6). "El
hierro metido en el fuego no deja de ser hierro, pero adquiere las propiedades del fuego. A la
humanidad de Jesús se comunica lo que es propio de la divinidad, y se atribuye a la divinidad lo
que es propio de la condición humilde de la humanidad"
 
Tras la muerte de Orígenes se discutió -con razón- el carácter herético de algunas de sus ideas.
Hacia el 400, Epifanio de Salamina lo condenó en un sínodo reunido cerca de Constantinopla, y el
obispo de Roma Anastasio hizo lo mismo en una carta pastoral. El concilio de Constantinopla de
543 pronunció quince sentencias condenatorias contra él, decisión que fue suscrita por Vigilio,
el obispo de Roma, y los demás patriarcas. Entre las tesis condenadas está la negación del
castigo eterno de los condenados, sustituido por un fuego purificador para todos, que concluiría
con una salvación universal (¡hasta el diablo y los demás demonios serían perdonados!). Así se
realizaría la restauración cósmica (apokatástasis). Otra tesis es la de la preexistencia de las
almas, es decir la atribución a los seres humanos de un estado espiritual y sin cuerpo físico
antes de la caída: el encierro en un cuerpo es resultado del enfriamiento del espíritu; de ese
estado miserable es rescatada el alma cuando el Verbo se encarna y se eleva nuevamente tras la
resurrección.
 
Si miramos hacia atrás, la elaboración de la teología en el siglo III supone un largo desarrollo
a partir de las primeras intuiciones de los creyentes en Jesús. Este camino se puede resumir en
algunos puntos significativos:
 
- Jesús es un ser divino que existe ya antes de su encarnación y de la creación del mundo. El
adopcionismo, que no veía en Jesús más que un hombre corriente dotado por Dios de una manera
particular, desapareció definitivamente del pensamiento de la Iglesia. Pero mientras antes se
veía en Jesús primeramente la salvación de los hombres obrada por Dios, alrededor del año 200
comienza a acentuarse la idea de su relación intradivina con el Padre y su generación por éste.
 
- Este Hijo de Dios se ha hecho realmente criatura humana. El docetismo ha quedado vencido para
siempre. Pero de a poco el nacimiento y muerte son considerados solamente como pruebas de su
divinidad y humanidad. Va quedando en un segundo plano la dimensión salvífica de las vivencias
(tal como las narran los evangelios) que Jesús ha compartido con los hombres a lo largo de su
existencia humana.
 
- Tertuliano y Orígenes comienzan a distinguir dos sustancias o naturalezas. De ahí la tendencia
a atribuir las pasividades al hombre y las actividades a Dios. En el sacrificio de Jesús el Verbo
es el sumo sacerdote oferente, el hombre es la víctima ofrecida.
 
- De una comprensión dinámica (la historia de la salvación) se pasa a otra más estática (la
constitución del Dios-Hombre). La predicación cristiana no se limita ya a describir al hombre y a
Dios en el diálogo de la alianza tal como aparece en la Biblia, sino que lo hace al modo de la
filosofía griega.
Atras